Esta semana, concluyendo el mes
de Junio y por tanto el primer semestre de este año 2016, nos encontraremos con
las palabras que fueron ideas y vivencias de ese juglar de la vida superficial
y dispersa que fueron los años cincuenta y sesenta en la América del desarrollo
y la abundancia…
Esta semana, con el sol en
perpendicular sobre nuestras tierras y una Europa que se desintegra… con mas
pobres que nunca y menos compasión que capacidad para crear nuevas formas de
amistad… volvemos a entender esa pobre cultura que nos describe Truman Capote…
en varias de sus obras… y principalmente en Desayuno en Tiffany’s… que en
película se convirtió en desayuno con Diamantes…
Supongo que todos NO la habéis leído…
supongo que todos la habréis visto… y ya estoy harto de oír… que todos
recuerdan a la protagonista… como si eso fuera lo importante… es como acodarse
de que has estado en Madrid por haber comido cocido madrileño… si seguimos así…
me callo… pero si queréis seguir leyendo… os invito a que busquéis los rastros románticos
que Capote nos disuelve entre sus disolventes existencialistas y superficiales…
¡Que tristeza nos destila en
sus descripciones…!
¡Qué sensibilidad nos inyecta
en sus recuerdos… nostálgicos… casi infantiles, casi poéticos…!
Os dejo con tres fragmentos… y
os invito a que hagáis el recorrido entero... yo ya lo tengo… y es un libro
dentro del libro… el corazón de Capote cuando se quita el frío capote de la
superficialidad…
“…hay un edificio de roja piedra arenisca en la zona de las
Setenta Este donde, durante los primeros años de la guerra, tuve mi primer
apartamento neoyorquino. Era una sola habitación atestada de muebles de
trastero, un sofá y unas obesas butacas tapizadas de ese especial y rasposo
terciopelo rojo que solemos asociar a los trenes en día caluroso. Tenía las
paredes estucadas, de un color tirando a esputo de tabaco mascado. Por todas
partes, incluso en el baño, había grabados de ruinas romanas que el tiempo
había salpicado de pardas manchas. La única ventana daba a la escalera de
incendios. A pesar de estos inconvenientes, me embargaba una tremenda alegría
cada vez que notaba en el bolsillo la llave de este apartamento; por muy
sombrío que fuese, era, de todos modos, mi casa, mía y de nadie más, y la
primera, y tenía allí mis libros, y botes llenos de lápices por afilar, todo
cuanto necesitaba, o eso me parecía, para convertirme en el escritor que quería
ser.”
(…)
“Afuera había dejado de llover, no quedaba más que un resto de
niebla en el aire, de modo que volví la esquina y anduve por la calle en donde
se encuentra el edificio de piedra arenisca. Es una calle con árboles que
durante el verano forman frescos dibujos en la acera; pero las hojas estaban
ahora amarilleadas, habían caído en su mayor parte, y la lluvia las había
dejado resbaladizas, patinaban bajo mis suelas. La casa está a mitad de la
manzana, junto a una iglesia en cuya torre azulada da las horas el reloj. La
casa ha sido remozada después de que yo me fuera; una elegante puerta negra
reemplaza el viejo cristal deslustrado, y unas bonitas contraventanas grises
enmarcan las ventanas. Ahora no vive allí ningún vecino del que yo guarde algún
recuerdo, con la sola excepción de Madame Sapphia Spanella, una ronca soprano
que cada tarde se iba a patinar a Central Park. Sé que sigue viviendo allí
porque subí los peldaños y miré los buzones. Fue uno de estos buzones lo
primero que me condujo a enterarme de la existencia de Holly Golightly.”
(…)
“Pero nuestra relación personal no empezó hasta septiembre, una
noche atravesada por los primeros y fríos estremecimientos del otoño. Yo había
ido al cine, regresado a casa, y estaba acostado con un bourbon y el último
Simenon: lo cual constituía hasta tal punto mi ideal de comodidad que no
conseguí entender cierta sensación de inquietud que fue creciendo poco a poco,
tanto que llegué a oír mis propios latidos. Era una sensación acerca de la cual
había leído y hasta escrito, pero que jamás había experimentado. La sensación
de estar siendo vigilado. De una presencia invisible. Luego: un repentino
golpeteo en la ventana, el vislumbre de un gris fantasmal: derramé el bourbon.
Transcurrieron unos momentos antes de que tuviera arrestos para abrir la
ventana, y preguntarle a Miss Golightly qué quería.”
Escrito por: Javier Morera
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