sábado, 18 de febrero de 2012

NAVEGAR POR BÉCQUER...


El autor del siguiente relato junto a varios amigos, todos admiradores de Bécquer… andamos por un camino del Moncayo… allí, al fondo se ve Trasmoz…



La tarde seguía su corriente como yo me dejaba arrastrar por aquel río sinuoso que me transportaba por mundos ya desvanecidos. Manejaba los remos como quien sostiene un timón, haciéndome la ilusión de que guiaba… pero solo seguía el rumbo del destino, el río me “recorría”… vivir, muchas veces, es dejarse vivir… es vivir para no morir… es vivir porque te lo piden o porque tienes que hacer unos encargos antes de dejar el paquete de tu vida en algún puerto que consta en una dirección bastante ilegible…

Las aguas del río eran mansas, pero la corriente llevaba clara iniciativa… cada curva, cada meandro, nuevos paisajes, oscurecía… en un montículo a la izquierda, se dibujaban en el horizonte unas ruinas de un viejo castillo cimero, abajo, en un cruce de caminos, una cruz herrumbrosa, forjada en maldiciones y hierros que fueron mortíferos, espantaban caminantes… me recordó al valle de Montagut, ¿será la cruz de Fortcastell? ¿será la del diablo?...
Sigue el río, sigue la tarde, cambia el color, las aguas se hacen mas amplias, ampulosas, la vegetación nos rodea, nos acosa, nos cerca y nos invade… mi velocidad decrece y oigo trompetas de caza… estoy parado, es un remanso, es un estanque… ciervos, perros y monteros… oigo a Iñigo, el montero mayor, gritando a Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar… Me asomo y ¡ahí están!... unos seductores y atrayentes ojos verdes me miran desde el fondo del estanque… ¡Rápido! ¡Rema! ¡Huye!... ¡Has caído en la trampa!... En la orilla una sonrisa horrible del Gnomo de la Fuente me atraviesa y cerca unas corzas blancas retozan en derredor de una hermosísima joven que se baña entre destellos de Luna…

Debo huir mas aprisa, en la derecha, el remo de las Rimas… en la izquierda, manejo las Leyendas… el rumbo, desde hace casi dos siglos, me lo marca el río de Bécquer… Dos saetas cruzan entre la floresta, un gemido salta de una orilla y un rumor que gotea sangre de amor, sube hacia la Cueva de la Mora… Remo, remo, remo… huyo… mi razón no puede soportar tanta emoción en cada línea, en cada golpe de mis remos, en cada latido… y se cumple lo que tanto temía… es Jueves Santo, son las once… el barranco horrible y la hora inesperada… el día que no debería yo estar aquí… se oye el rumor… ascienden las columnas… crujir de rocas… ¿o son huesos?... ¡Ya se oye el miserere!...
Un amigo sensato, científico, ingeniero y con empleo fijo, que hoy es ser un elegido, me dice:
-Despierta, pon la tele, come, busca novia en Internet… dedícate a la política… ¡Vive!...
Pero yo, desde mi barca, le contesto…

-¡No! ¡No! -exclamó el joven, incorporándose colérico en su sitial-. No quiero nada...; es decir, sí quiero: quiero que me dejéis solo... Cantigas..., mujeres..., glorias..., felicidad..., mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna.
Manrique estaba loco; por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el juicio.


Para celebrar el 176 aniversario del nacimiento de este Poeta
Escrito por: Javier Morera Betés


sábado, 11 de febrero de 2012

Hace frío, amigo Bécquer...



Comparto un emotivo escrito de Javier… sus sentimientos, los de un romántico en “La Cueva de la Mora”… mientras contemplaba el mismo paisaje que tantas veces vio Bécquer… simplemente genial.



Preguntamos por el pueblo, los perros ladran a caras extrañas.
Hace mucho frío y tomamos un café. Los lugareños nos indican y se extrañan ante turistas tan curiosos. Dinosaurios en febrero, tarde de viento.
Con las indicaciones, nos perdemos por caminos que no van a ningún sitio, huertos, obras, crisis de manos y de hijos… cazadores de la ciudad matan a fauna de los montes con todo terreno de anuncio… cierzo frío.
Hace frío y el sol decae contra el viento.
Hemos estado “viviendo” varios lugares “Becquerianos”, de leyenda…
Ni un cartel, ni un signo… Reconocemos gestos insensibles que siempre ha habido a los sentimentales que fácilmente nos llaman sensibleros.
Reconocemos ese párrafo final de una gran leyenda…
Al pensar que oyendo el desenlace de mi historia habían dicho: “¡es raro!”¡Exclamé yo para mi mismo: “¡ES NORMAL!”…
Hace mucho frío, unos amables rústicos nos acercan con sus indicaciones… ¡ya estamos!
¡Ahí esta!, ¡Aquí estamos!
En el lugar, leemos lo que aquí se inspiró, donde él estuvo…
Donde él dice que pasó lo que aquí pasó… ¿o nunca pasó?
Hace frío.
¿Es real la realidad?
La leyenda leída… ¿Es real?
Hoy, para mí, es real, la leo…
Hoy la he leído… la he leído y me ha gustado…
Hoy creo en ti…
Hace frío.
Subimos a la ruina de lo que fue un castillo…
Imaginamos la pena de lo que fue una conquista, un valor, un valuarte…
Es real que estamos aquí… que él estuvo aquí y que escribió lo que hemos leído… y nos embarga la emoción de cumplir todos estos encuentros de leyenda y admiración…
Hace frío.
Hace 150 años que escribió esta leyenda… pronto 176 años de su nacimiento… Hace frío, mucho frío en este mundo materialista y frío donde las emociones tienen desprecio…
Hace frío…
¡Que tristes, que solos se quedan los muertos! 



Recordando a Bécquer en “La Cueva de la Mora.
Javier  Morera  Betés