Parece que cuando intuimos que
nuestro final se acerca, nos asaltan las deudas de proyectos y las inversiones
en ilusiones que no hemos podido hacer realidad, hacer rentables, darles vida…
Si así es, muchos de nosotros
pasaremos una agonía densa, larga y angustiosa, al contemplar la cantidad de
“cosas” que no hemos hecho, de acciones que no hemos cumplido, de sueños que
hemos perdido sin materializar…
Ese es el tema central de ese
relato corto de Ernesto Hemingway, que esta semana nos ocupa. En “Las
Nieves del Kilimanjaro”, pasamos una horas con Harry, enfermo, cansado,
luchando contra su final, recordando en varios pensamientos, retajos de su
vida, recuerdos de sus momentos decisivos… pero especialmente, observamos al
escritor que sufre por lo que no ha escrito… por lo que se ha dejado de contar
al mundo… por lo que sabe que tiene dentro y que ya no nacerá…
El relato es duro, adulto,
sincero y simbólico, realista… como Hemingway… es tan condensado como “El
Viejo y el Mar” y tan existencialista como las pocas horas que puede
disfrutar de la vida Jordan, el
protagonista de “Por Quien Doblan las Campanas”.
Nos enfrentamos a Hemingway,
claro exponente de la “Generación Perdida”, que creyó en ideas y cosas que
luego se destruyeron con otros aires y muchas capas de manipulación…
Esta generación y sus coetáneos,
menos perdidos, son los padres de esos “imbeciles” que solo pensaban en
“desayunar en Tiffany´s… y los abuelos de los que creen que la solución para
encontrar trabajo es saber “ingles”…
Es una pena que nos
equivoquemos tanto…
Es una pena que nos engañemos
tanto…
Es una pena que no aprendamos
nunca de los propios errores, como le ocurrió a Ernesto que se desencanto antes
de morirse, hasta el extremo de provocar su propio final…
Es una pena que nos dejemos
tantas cosas por escribir y es una pena que nos dediquemos a hacer tantas
tonterías sin sentido… sin ser lo importante… sin ser lo nuestro… sin ser
nosotros…
¿Para qué?
Escrito por: Javier Morera
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