En “El Jugador” de Fedor Mijailovich Dostoyevski, nos encontramos,
esta semana, otra vez con un escritor magnifico, escrupuloso en sus retratos y
generoso en sus vívidas representaciones de personajes y situaciones.
Leer a este ruso es meterse en
una “película” lenta, detallista e intimista de cada protagonista, de cada
crisis, de cada causa y de cada consecuencia en la dinámica de la trama… es
vivir con los personajes y casi hablar con ellos, verlos, olerlos y sentir sus
miedos y sus pasiones… es leerlos por dentro… lo que nos gusta mucho a algunos…
En “El Jugador”, ya en el capitulo I nos indica Dostoyevski, por que líneas
maestras se van a deslizar los protagonistas… el gran Mundo de los balnearios y
casinos del siglo XIX en esa Europa tan aristocrática y tan falsa como pobre…
Los capítulos II, X, XII y XIV
son, entre otros una clara descripción de los momentos y pasiones en que se
mueve el juego de ruleta, las ludopatías… desde el jugador profesional, hasta
los pobres incautos que caen en las tentaciones de ganar mucho, fácil y rápido…
y sin olvidar esa fauna de serviles ayudantes que se “aprovechan” del momento
emotivo y de la embriaguez de la ganancia… y de los “otros placeres” tan
cercanos al juego… tan fáciles de conseguir cuando las ganancias aumentan de
formas tan admirables…
Toda una lección de literatura,
de historia de la “elegante” Europa del siglo XIX y de sociología de la
inmadurez de personas que reconocen no tener la suficiente voluntad para
retirarse a tiempo… para saber gastar lo que han ganado… para vivir y comer y
descansar… solo juego… solo desquite… solo pasión… solo juego…
También es interesante el
“ensayo” psicológico que Dostoyevski nos inyecta en esta obra sobre el amor…
Para él… el amor es también una obsesión que se apoya en nosotros como una
corazonada, como la certidumbre manipuladora del número que saldrá en la
próxima jugada… como la apuesta que haces y ganas o pierdes… nada mas que
luchar… nada mas que buscar o hablar… se apuesta todo… gira la ruleta… casi siempre
gana la banca…
¡Mañana me desquitaré!...
Escrito por: Javier Morera
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