Mañana, 21 de febrero de 2021, se cumplirán 204 años del nacimiento de José Zorrilla. Como otras veces, es grato deber recordarlo y recordarnos sus graciosas y profundas composiciones con esa gran capacidad de versificación y lírica en su palabra y sus sentimientos.
Todos conocemos esa circunstancia tan comentada y conocida de la intervención del autor, antes de cumplir los veinte años, en el doloroso entierro de Larra, el 15 de febrero de 1837, con esos versos que tantas veces se citan…
“Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.”
Más aún, conocemos esa obra que lo hizo inmortal y famoso, El Don Juan Tenorio… Pero Zorrilla fue mucho más que esas noticias por las que lo recordamos siempre. Tiene montañas de versos y poemas dedicadas a cosas, personas, ciudades, símbolos… Obras de teatro y canciones… Regalos de su ingenio que poco se conocen…
Me permito recordar un
fragmento de su simpática poesía a la amapola…
Flor solitaria y silvestre
Que a la luz sacas del sol
Cuatro pendones de púrpura
Que guarda tosco botón;
Pues en el campo te quedas
Y yo del campo me voy,
Tú con tus hojas de fuego
Y con mis lágrimas yo,
Dile al alma de mi alma
Que voy muriendo de amor;
Que entre tus hojas la dejo
Un ósculo y un adiós.
Y esas múltiples y cuidadas rimas dedicadas a la luna, a la cual adoraba…
Bendita mil veces la luz desmayada
Que avaro te presta magnífico el sol;
Bendita mil veces ¡oh luna callada!
Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol.
Tantas y tantas bellezas nos dejó… No quiero dejar este momento que hemos compartido con mi apreciado Zorrilla sin alabar una vez mas esas estrofas donde sabe como nadie y canta como nadie, las desastrosas esperas llenas de incertidumbre que pasan los enamorados desesperando de sus amados… me despido con este pedacito precioso de “A BUEN JUEZ, MEJOR TESTIGO”
Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y un año pasado había,
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés,
su vuelta aguardando en vano,
oraba un mes y otro mes
del crucifijo a los pies
do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
después de transpuesto el sol,
y a Dios llorando pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
sin dueña y sin escudero,
en un manto una mujer,
el campo salía a ver
al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
precioso y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos
que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera,
es un consuelo en verdad;
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera, desespera.
Así Inés desesperaba
sin acabar de esperar,
y su tez se marchitaba,
y su llanto se secaba
para volver a brotar.
Escrito por: Javier Morera
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