sábado, 21 de febrero de 2015

¡EN EL 16 SERÁ EL 18!


La hermosa mujer de piedra que contemplaba extasiado tenía asimismo una sonrisa suya que le daba tal carácter y expresión que enamorarse de aquel gesto especial era enamorarse de aquella escultura pues no sería posible hallar otra perfectamente semejante. Con los ojos entornados y los labios ligerísimamente entreabiertos parecía que pensaba algo agradable y que la luz de su pura e interior alegría se revelaba por medio de reflejos imperceptibles como se acusa por la transparencia la luz que arde dentro de un vaso de alabastro.
Gustavo Adolfo Bécquer, LA MUJER DE PIEDRA

Sevilla, con su Giralda de encajes que copia temblando el Guadalquivir y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido de los pasos del rey justiciero; Sevilla con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos, y penetré en su recinto, y crucé sus calles y respiré su atmósfera, y oí los cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías, medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.
No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a espirar, arrojando sus últimos destellos, que en círculos ya luminosos, ya sombríos, se proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las nebulosas mañanas del invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis balcones.
A través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
Madrid envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las boardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.
Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma.
Gustavo Adolfo Bécquer, LA SOLEDAD

Silbó el aire, que había permanecido un momento callado, y las hojas se levantaron en confuso remolino, perdiéndose a lo lejos entre las tinieblas de la noche.
Y yo pensé entonces algo que no puedo recordar, y que, aunque lo recordase, no encontraría palabras para decirlo.
Gustavo Adolfo Bécquer, LAS HOJAS SECAS

Entregado a estas ideas pasaba días enteros.

Si claro, son párrafos de los relatos de Bécquer que hemos tratado este jueves pasado en nuestra tertulia…

Bécquer esta contento, le hemos recordado otro año, le ha gustado…. Sin mucha gente, en la soledad de nuestro Rincón del Romántico y con respeto… mas admiración que sabiduría, mas emoción que intelecto…. Tan cerca que casi dentro de Gustavo…. Y ya hemos quedado…. para el año próximo…. Al despedirnos nos ha dicho…. Con su entrañable colorido andaluz… amigos… ¡en el 16 será el 18!....

¡Cuídate Bécquer!... ¡TE QUEREMOS!...



Escrito por: Javier Morera

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por esta sesión Javier siempre es un placer escucharte hablar de Becquer.
Besicos desde Francia
Julie