La siguiente cita del “capitulo L” de Oliver Twist, nos
recuerda como su autor Charles Dickens quería y lo consiguió, llamar la
atención sobre esas sociedades que con los adelantos “industriales” de la era
moderna, dejaban sectores marginales a los que les esperaba una infancia
terrible y una subsistencia apoyada en la mendicidad y la delincuencia en todas
las formas inventables y alguna mas…
Muchas personas que son buenas
pero ignorantes, creen, al leer esto, que son cosas del siglo XIX… que ya las
hemos superado… Es cierto que algunas ciudades no muy grandes y muy cuidadas
consiguen reprimir estos suburbios… otras los expulsan lejos y los tapan… pero
al fin existen…
¿Cómo se llama donde tu vives?
¿Cuántos Oliver Twist habitarán
en estas escuelas de sufrimiento y perdición?
“A orillas del Támesis, no lejos de la iglesia de Rotherhithe, allí
donde se alzan sobre el río los edificios más sucios y ruinosos, y los barcos
son más negros como consecuencia del polvo de la hulla y del humo que escapa de
los caserones emplazados al borde mismo de las aguas, existía, y existe en la
actualidad, la más inmunda, la más singular, la más extraordinaria de las
localidades que encierra en su seno la ciudad de Londres, y que desconocen,
hasta de nombre, la inmensa mayoría de sus habitantes.
Para llegar hasta el sitio a que me refiero, preciso es atravesar
una enmarañada red de callejas estrechas, tortuosas y cubiertas de lodo,
frecuentadas por la población más pobre y grosera de la ribera, y dedicada al
tráfico que los lectores adivinarán sin esfuerzo.
Encierran las tiendas las provisiones más baratas y menos
delicadas: penden de la puerta del tendero, de las fachadas de las casas y de
las ventanas los tejidos más burdos y ordinarios y las ropas menos conformes
con las exigencias de la moda. El que penetra por aquel lugar, ha de pasar
entre apiñados grupos de obreros sin trabajo, cargadores de lastre,
descargadores de carbón, ha de codearse con turbas de mujeres desvergonzadas,
con ejércitos de muchachos harapientos, con la escoria, la hez de la playa, ha
de cerrar los ojos a espectáculos nauseabundos, y la nariz a miasmas de
corrompidos, y los oídos al estruendo ensordecedor que producen los millares de
carros que cruzan por todas partes, transportando pesadas mercancías desde los
almacenes a los barcos, o desde éstos a aquéllos. Cuando al fin llega a calles
más distanciadas y menos transitadas que las que acaba de dejar a sus espaldas,
encuentra el visitante edificios que se sostienen de milagro, casas
desmanteladas, paredes que amenazan caer sobre su cabeza, chimeneas medio
derruidas, ventanas defendidas con barrotes de hierro enmohecido, más que
enmohecido, comido por la herrumbre, y todas las características de la
desolación y del abandono.
En esos parajes, más allá de Dockhead, en el poblado de Southwark, háyase
la llamada Isla de Jacob, circundada por un foso lleno de fango, de unos seis a
ocho pies de profundidad por quince o veinte de anchura, en otro tiempo llamado
Mill Pond, nombre que en nuestros días ha sido reemplazado por el de Folly
Ditch. El foso desemboca en el Támesis y puede llenarse de agua a todas horas
abriendo las esclusas de Lead Mills, que fueron las que le dieron el nombre
antiguo. Cualquier extraño que en ocasiones semejantes escogiera como
observatorio uno de los puentes de madera tendidos por Mill Lane, vería que los
habitantes de las casas de entrambas orillas bajaban desde las ventanas cubos,
pozales y vasijas de toda clase que luego izaban llenas de agua, y si luego, separando
la vista de tales operaciones domésticas, la dirigía a las casas en sí,
sorprendería escenas que llevarían su sorpresa hasta un punto indecible.
Desvencijadas galerías de madera comunes a la parte posterior de media docena
de casas, provistas de agujeros abundantes para contemplar, sin duda, el mar de
cieno que duerme debajo; ventanas rotas, sin cristales, de los cuales
sobresalen largas pértigas que servirían para tender en ellas ropa blanca si la
ropa blanca no fuera allí artículo desconocido; habitaciones tan estrechas, tan
sucias, tan infectas, que el aire no se atreve a visitarlas por temor a
contaminarse, casuchas de madera emplazadas sobre el fango, que amenaza
tragarlas, y que más de una se ha tragado ya, paredes ennegrecidas en ruinas...
en una palabra: sus espantados ojos encontrarían la miseria, la pobreza, con
todo su horrible séquito de suciedad, de basura, de hediondez.”
Dos noticias de estos últimos días
quiero que relaciones…
¿Conoces ese problema de muchas
ciudades de España que tienen en custodia a cientos de niños y menores de edad
que han llegado como inmigrantes y con los que no saben que hacer?... estoy
encantado en que seamos un país que no los devuelva a su infierno de donde
salieron por que no podían vivir… pero… ¿Qué hacemos con ellos?... Esperemos
que sean tratados mejor que Oliver Twist en sus Hospicios parroquiales
ingleses…
Y otra noticia que seguro
conoces… el ejercito de Brasil (una potencia muy desarrollada en su entorno
americano) ha entrado en las favelas de Río de Janeiro… ¿Qué harán con los
niños de ese cuarto mundo?... ¿los emplearan para trabajos forzados o se
deportaran como nos cuentan que hacían los déspotas soviéticos tras la segunda
Guerra Mundial?
Tendré que seguir leyendo… para
no pensar… una novela de suspense… que si no me desvelo y no puedo dormir… ¿hay
que descubrir al asesino?
Escrito por: Javier Morera
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