sábado, 29 de julio de 2017

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Esta semana que nos calienta el verano… muchos están de vacaciones… otros seguimos por las ciudades… pero unos y otros seguimos con nuestra gran pasión… la lectura…

Esta semana nos paseamos por una lectura diferente… curiosa y complicada… escrita por un solitario que quiere contar las circunstancias tan fantasiosas de mundos solitarios donde se piensa mucho y se habla poco… donde hace calor... donde la gente se va de los pueblos a las ciudades… donde las relaciones sociales y amistosas se hacen difíciles… donde se sufre… soledad… silencios… pesadillas… ecos de fantasmas… ecos de nuestras rarezas y manías… donde los seres se trastocan o se transforman… donde no sabes que es real… o solo es cosa tuya…
Así empieza… ¿lo conoces?

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
—Así lo haré, madre.”

Mas adelante te dice cosas así…

»Sí —volvió a decir Damiana Cisneros—. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?
»Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio. Me detuve a rezar un padrenuestro. En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»—¡Damiana! ¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
»—¿Qué andas haciendo aquí? —le pregunté.
»Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
»Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía doce años. Era la mayor. Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta. Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo. Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
—¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? —le pregunté.
—No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
—Murió —dije.
—¿Ya murió? ¿Y de qué?
—No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que murió?
—Sí. Quizá usted debió saberlo.
—¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
—Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
—…
—¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
—¡Damiana! —grité—. ¡Damiana Cisneros!
Me contestó el eco: «¡… ana… neros…! ¡… ana… neros…!».

Bueno, si te apetece lee el libro… si te apetece lo piensas un poco o un casi mucho… si te apetece lo comentamos… si te apetece… sigues leyendo…
¿Eh, me oyes?... bueno, otro que se ha ido de vacaciones…


 
Escrito por: Javier Morera

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