Esta semana que nos calienta el
verano… muchos están de vacaciones… otros seguimos por las ciudades… pero unos
y otros seguimos con nuestra gran pasión… la lectura…
Esta semana nos paseamos por
una lectura diferente… curiosa y complicada… escrita por un solitario que
quiere contar las circunstancias tan fantasiosas de mundos solitarios donde se
piensa mucho y se habla poco… donde hace calor... donde la gente se va de los
pueblos a las ciudades… donde las relaciones sociales y amistosas se hacen
difíciles… donde se sufre… soledad… silencios… pesadillas… ecos de fantasmas…
ecos de nuestras rarezas y manías… donde los seres se trastocan o se
transforman… donde no sabes que es real… o solo es cosa tuya…
Así empieza… ¿lo conoces?
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal
Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella
estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo
—me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le
dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo
haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos
les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo
obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo
caro.
—Así lo haré, madre.”
Mas adelante te dice cosas así…
»Sí —volvió a decir Damiana Cisneros—. Este pueblo está lleno de
ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y
en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como
tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde
saldrían esas hojas?
»Y lo peor de
todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna
hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. Ni más ni menos, ahora
que venía, encontré un velorio. Me detuve a rezar un padrenuestro. En esto
estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»—¡Damiana!
¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
»—¿Qué andas
haciendo aquí? —le pregunté.
»Entonces ella
corrió a esconderse entre las demás mujeres.
»Mi hermana
Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía doce años. Era la mayor. Y
en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que
lleva muerta. Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo. Así que no te
asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
—¿También a usted
le avisó mi madre que yo vendría? —le pregunté.
—No. Y a
propósito, ¿qué es de tu madre?
—Murió —dije.
—¿Ya murió? ¿Y de
qué?
—No supe de qué.
Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
—Eso es malo.
Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que
murió?
—Sí. Quizá usted
debió saberlo.
—¿Y por qué iba a
saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
—Entonces ¿cómo
es que dio usted conmigo?
—…
—¿Está usted
viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de
pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al
cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas
que enseñaban sus adobes revenidos.
—¡Damiana! —grité—.
¡Damiana Cisneros!
Me contestó el
eco: «¡… ana… neros…! ¡… ana… neros…!».
Bueno, si te apetece lee el
libro… si te apetece lo piensas un poco o un casi mucho… si te apetece lo
comentamos… si te apetece… sigues leyendo…
¿Eh, me oyes?... bueno, otro
que se ha ido de vacaciones…
Escrito por: Javier Morera
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