Comenzamos
el otoño adentrándonos otro año más en Afganistán, otro libro de amor, guerra y
amistad. Aunque en este caso el amor sea una forma de amistad y la amistad una
forma de amar. Puede que esta noche los telediarios abran sus parrillas con
bombardeos en los barrios de Alepo. Que los que anteayer morían en Irak, ayer
lo hacían en Herat y hoy lo hagan en otra ciudad. Que cenemos viendo gente
corriendo de lado a lado sin dirección, descalzos entre cascotes de las ruinas
que hace media hora eran sus casas, que los malos cambien de nombre y antes los
llamaban talibanes, hoy Isis y mañana pasen a otro nombre con un cuchillo en la
mano y un europeo o americano arrodillado a punto de degollar. Puede que no
sintamos nada, que ya de tanta masacre el alma nos haga callo, que estemos
preocupados de comer antes la sopa que todas esas masacres que vemos en prensa
y televisión. Que las zona cero esté en cada uno de nosotros y no en un solar
turístico de Nueva York. Puede que cuando diga la radio: que un coche bomba explotó
en un supermercado de Kabul dejando un reguero de 40 muertos no sintamos nada,
que luego se nos encoja el estómago al leer la muerte de los padres de Laila,
que se quede huérfana minutos antes de intentar empezar una nueva vida, que se
vea obligada a casarse con un hombre mayor, que día a día su amor se lo muestra
a base de palizas en forma de una hebilla de cinturón al igual que a Mariam.
Puede que a todos nos toque la fibra unas páginas escritas de un personaje
ficticio basado en otros reales, que no nos demos cuenta que detrás de esas
cuarenta personas que acaban de morir a través de una radio dejen atrás amores,
padres, hijos o hermanos. Cuarenta historias con un punto final ensangrentado y
desperdigado.
Para
quienes no sepan quién es Laila y también Mariam tendrán que hacer el esfuerzo
de leer “Mil soles esplendidos”, dejar de ver el terror de esos hombres de
negros con una kalashnikov entre las manos disparando al aire o lazando al aire
misiles que destruyen poblados, dejar de seguir de ver después la noticia
siguiente de Trump gritando que hay que levantar muros y bombardear naciones
ajenas para sus juegos de tronos particulares de oro negro y empresas de armas.
Todos
esos patriotas de la libertad duradera son los mismos que por un lado les
venden armas que causan terror y con ese terror crear discursos para ganar
votos en las urnas. Usando falacias, eufemismos con palabras acuñadas para
esconder las miserias de sus guerras como daños colaterales.
Pasan
los años y siempre ganan los mismos, también siempre pierden los mismos: las
Mariam, las Lailas. Siempre pierden los “nadies” como diría Galeano, que
cuestan menos que la bala que los mata.
Escrito por: Chema Bernal
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