lunes, 26 de septiembre de 2016

Mil Soles Espléndidos


Comenzamos el otoño adentrándonos otro año más en Afganistán, otro libro de amor, guerra y amistad. Aunque en este caso el amor sea una forma de amistad y la amistad una forma de amar. Puede que esta noche los telediarios abran sus parrillas con bombardeos en los barrios de Alepo. Que los que anteayer morían en Irak, ayer lo hacían en Herat y hoy lo hagan en otra ciudad. Que cenemos viendo gente corriendo de lado a lado sin dirección, descalzos entre cascotes de las ruinas que hace media hora eran sus casas, que los malos cambien de nombre y antes los llamaban talibanes, hoy Isis y mañana pasen a otro nombre con un cuchillo en la mano y un europeo o americano arrodillado a punto de degollar. Puede que no sintamos nada, que ya de tanta masacre el alma nos haga callo, que estemos preocupados de comer antes la sopa que todas esas masacres que vemos en prensa y televisión. Que las zona cero esté en cada uno de nosotros y no en un solar turístico de Nueva York. Puede que cuando diga la radio: que un coche bomba explotó en un supermercado de Kabul dejando un reguero de 40 muertos no sintamos nada, que luego se nos encoja el estómago al leer la muerte de los padres de Laila, que se quede huérfana minutos antes de intentar empezar una nueva vida, que se vea obligada a casarse con un hombre mayor, que día a día su amor se lo muestra a base de palizas en forma de una hebilla de cinturón al igual que a Mariam. Puede que a todos nos toque la fibra unas páginas escritas de un personaje ficticio basado en otros reales, que no nos demos cuenta que detrás de esas cuarenta personas que acaban de morir a través de una radio dejen atrás amores, padres, hijos o hermanos. Cuarenta historias con un punto final ensangrentado y desperdigado.

Para quienes no sepan quién es Laila y también Mariam tendrán que hacer el esfuerzo de leer “Mil soles esplendidos”, dejar de ver el terror de esos hombres de negros con una kalashnikov entre las manos disparando al aire o lazando al aire misiles que destruyen poblados, dejar de seguir de ver después la noticia siguiente de Trump gritando que hay que levantar muros y bombardear naciones ajenas para sus juegos de tronos particulares de oro negro y empresas de armas.
Todos esos patriotas de la libertad duradera son los mismos que por un lado les venden armas que causan terror y con ese terror crear discursos para ganar votos en las urnas. Usando falacias, eufemismos con palabras acuñadas para esconder las miserias de sus guerras como daños colaterales.
Pasan los años y siempre ganan los mismos, también siempre pierden los mismos: las Mariam, las Lailas. Siempre pierden los “nadies” como diría Galeano, que cuestan menos que la bala que los mata.




Escrito por: Chema Bernal

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