“El mal que hacen los hombres aún perdura tras
ellos al morir; mas con frecuencia, el bien queda sepulto con sus huesos”.
Con estas palabras inicia Marco Antonio su
discurso ante la plebe de Roma -en la célebre obra de Shakespeare-, tras el
cruel asesinato de Julio César. Aquel magnicidio y aquella arenga tuvieron
lugar tal día como hoy, en la celebración de los Idus de marzo del año 44 a. C.
Y ambas fueron el esbozo de un mundo nuevo. Si quitamos la primera, o
modificamos la segunda, nada sería igual hoy, 2060 años después.
Muchos son ahora los que afirman que vivimos en
un momento de cambio. También el siglo I a. C. fue uno de esos momentos
cruciales en las que la Historia se acelera y las estructuras de todo un
sistema tiemblan, se alteran y mutan para devenir en algo nuevo. Así como en el
siglo III se inauguró lo que sería el feudalismo, y en el siglo XV lo que
entendemos por capitalismo; en el siglo I a. C. se pusieron las bases del
Imperio romano, el sólido asiento de un mundo cuyo legado aún abriga el
nuestro. Porque sin el asesinato de de César, no habría un Augusto, y sin
Augusto, no habría habido Imperio… Sin Imperio, ¿qué sentido tiene Europa?
Aquellos a quienes tocó vivir en los tiempos de
César, fueron conscientes de la trascendencia de aquellos años ya olvidados
para nosotros… fueron conscientes de la progresiva erosión del régimen
republicano y del creciente recurso al “hombre providencial” que salvara la Res
publica; fueron conscientes de que personajes como Vercingétorix y lo que
representaban no tenía ya cabida en un mundo cada vez más grande, más homogéneo
y más institucionalizado. Fueron conscientes de que la República moría con
César. Y mataron a César. No obstante, y pese a aquel gesto desesperado, a la
muerte de César le siguió la muerte de la República. Es difícil marchar contra
el viento de los tiempos, y aquel siglo I era tiempo de cambio. Todo lo que
significaba la República estaba agotado, y murió con César.
Del discurso que pronunció Marco Antonio delante
del cadáver del “gran hombre” nació el mito que legitimaría un nuevo mundo: el
Imperio. Para que llegase ese imperio, tendría que caer también Marco Antonio,
pero eso es ya otra historia, el prólogo de un tiempo nuevo.
Quizá sería un ejercicio de reflexión
el que, en estos tiempos de cambio, Europa conmemorase el 15 de marzo con la
representación, en nuestros teatros, de esa magnífica obra de Shakespeare,
“Julio César”. Quizá asimilar sus lecciones propiciaba la anagnóresis de una
sociedad cada vez más alejada de los valores democráticos y más próxima a los
valores del Imperio. No lo olvidemos: somos los herederos directos de ese mundo
romano que edificó Augusto sobre la muerte de César -no es casual que siga
presente su figura con tanta estatua colosal-… Pero en fin, como dice Marco
Antonio, “¡Oh juicio, te marchaste con las bestias, y los hombres perdieron la
razón!”.
Eloy Morera Gracia
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