El autor del siguiente relato junto a varios amigos, todos admiradores
de Bécquer… andamos por un camino del Moncayo… allí, al fondo se ve Trasmoz…
La tarde seguía su corriente como yo me dejaba arrastrar por aquel río
sinuoso que me transportaba por mundos ya desvanecidos. Manejaba los remos como
quien sostiene un timón, haciéndome la ilusión de que guiaba… pero solo seguía
el rumbo del destino, el río me “recorría”… vivir, muchas veces, es dejarse
vivir… es vivir para no morir… es vivir porque te lo piden o porque tienes que
hacer unos encargos antes de dejar el paquete de tu vida en algún puerto que
consta en una dirección bastante ilegible…
Las aguas del río eran mansas, pero la corriente llevaba clara
iniciativa… cada curva, cada meandro, nuevos paisajes, oscurecía… en un
montículo a la izquierda, se dibujaban en el horizonte unas ruinas de un viejo
castillo cimero, abajo, en un cruce de caminos, una cruz herrumbrosa, forjada
en maldiciones y hierros que fueron mortíferos, espantaban caminantes… me
recordó al valle de Montagut, ¿será la cruz de Fortcastell? ¿será la del
diablo?...
Sigue el río, sigue la tarde, cambia el color, las aguas se hacen mas
amplias, ampulosas, la vegetación nos rodea, nos acosa, nos cerca y nos invade…
mi velocidad decrece y oigo trompetas de caza… estoy parado, es un remanso, es
un estanque… ciervos, perros y monteros… oigo a Iñigo, el montero mayor, gritando
a Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar… Me asomo y ¡ahí están!...
unos seductores y atrayentes ojos verdes me miran desde el fondo del estanque…
¡Rápido! ¡Rema! ¡Huye!... ¡Has caído en la trampa!... En la orilla una sonrisa
horrible del Gnomo de la Fuente me atraviesa y cerca unas corzas blancas
retozan en derredor de una hermosísima joven que se baña entre destellos de
Luna…
Debo huir mas aprisa, en la derecha, el remo de las Rimas… en la
izquierda, manejo las Leyendas… el rumbo, desde hace casi dos siglos, me lo
marca el río de Bécquer… Dos saetas cruzan entre la floresta, un gemido salta
de una orilla y un rumor que gotea sangre de amor, sube hacia la Cueva de la
Mora… Remo, remo, remo… huyo… mi razón no puede soportar tanta emoción en cada
línea, en cada golpe de mis remos, en cada latido… y se cumple lo que tanto
temía… es Jueves Santo, son las once… el barranco horrible y la hora
inesperada… el día que no debería yo estar aquí… se oye el rumor… ascienden las
columnas… crujir de rocas… ¿o son huesos?... ¡Ya se oye el miserere!...
Un amigo sensato, científico,
ingeniero y con empleo fijo, que hoy es ser un elegido, me dice:
-Despierta, pon la tele,
come, busca novia en Internet… dedícate a la política… ¡Vive!...
Pero yo, desde mi barca, le contesto…
-¡No! ¡No! -exclamó el joven,
incorporándose colérico en su sitial-. No quiero nada...; es decir, sí quiero:
quiero que me dejéis solo... Cantigas..., mujeres..., glorias..., felicidad...,
mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a
nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para
encontrar un rayo de luna.
Manrique estaba loco; por lo menos, todo
el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figura que lo que había
hecho era recuperar el juicio.
Para celebrar
el 176 aniversario del nacimiento de este Poeta
Escrito por: Javier
Morera Betés
2 comentarios:
Una magnífica leyenda de leyendas.
Remamos, huímos y nos dejamos llevar por el río de la vida y nuestras aguas se cruzan con las aguas de otros ríos...y puede ser Bécquer...y embriagarnos, apasionarnos y enamorarnos...y marcarnos para siempre.
Gracias por guiarnos por este río Becqueriano, por acompañarnos a recorrerlo a través de sus rimas y leyendas con las gafas del amor.
Me ha encantado. Muchas gracias.
Besos
Rosa
Javier:
Lo leo y releo, y allí esta tu alma becqueriana, ¿Escribe Javier o habla Bécquer?
Me ha encantado... precioso relato... emotivo y muy conmovedor.
Gracias Javier.
Con amor, Olga.
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