En la roca, majestuoso,
altivo e inaccesible, estaba el castillo…
Para visitarlo hay que
esforzarse por cuestas y puertas, hay que tener permiso de paso… hay que pagar
el precio de someterse al poder o enfrentarse y superarlo…
Abajo, pasado el pueblo,
sobre el ágil río Gallo, humilde y olvidado, estaba el puente… esperando a ser
cruzado, invitando a seguir nuestro camino sin siquiera percibir que estaba
allí, que lo hizo alguien, que lo cuido y restauró un montón de veces un montón
de personas… para que pasemos por él… para que pasemos de él… para pisarlo sin
ver el río… sin mojarnos los pies…
El puente viejo, precioso,
en roca arenisca cargada de hierro, románico, casi romano, fuerte, sentado,
seguro, sólido y sensato… el puente que nos une, que nos permite, que nos
ayuda… el puente amigo, el puente fiel, el puente paso y el puente puerta, el
puente clave de pasar o no pasar esos días de tormenta y riada… el puente
franco…
No nos fijamos en él,
habiendo allá arriba un castillo tan enhiesto… no le atendemos ya por ser
viejo, pequeño, estrecho para nuestros usos actuales…
Algunos jugamos a ser
castillos… inconquistables… abanderados de algo o de todo… otros preferimos ser puentes… por donde la gente
pasa… para facilitar el camino, para unir, para acercar, para hacer mas cómodo
el tránsito…
Somos puentes de abuelos a
nietos, somos puentes de amigos a desconocidos, somos puentes de gustos y de
culturas…. Somos puentes de vida que deseamos desarrollar, comunicar, extender
el cariño y el amor…. Como un viejo puente románico… tan fuerte, tan cruzado,
tan útil, tan olvidado…
Escrito por: Javier Morera
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