Mi buen
amigo Willibald:
Siempre es un placer escribirte, de los pocos que encuentro en estas
ultimas épocas de mi vida… Desearía mucho mas conversar contigo, oírte y
disfrutar de esas inagotables y elegantes palabras que emergen de tus
conocimientos como manantiales siempre eruditos, siempre documentados, siempre
limpios de suciedades humanas y eternamente cargados de tu comprensión sin
limites…
Si, desearía mas verte, pero tu trabajo y tus labores diplomáticas y
doctas, nos separan más de lo que queremos. Yo, debo estar al frente de estos
trabajos que los poderosos me piden y no me quejo… no solo he seguido y
mejorado el prestigio que consiguió mi padre, sino que he llegado a servir a
los más altos gustos de estos tiempos. No me quejo… Ya sé que mi firma es uso
de calidad y de buen trabajo, ya se que mis herederos no pasarán necesidades,
ya se que muchos querrían tener mi fortuna… Mas en estos tiempos revueltos
donde lo dicho ayer, ya es pecado hoy… las reformas, las contra reformas, los
edictos y las bulas luchan en los pulpitos como los dados se encorren en las
mesas de taberna… y aun así, mantenemos rumbo en mares tan crispados… Pienso
mucho en tus peligros… que si bien es muy cierto que tu ves y sabes aplacar, también
lo es, que nacen y se tornan con pequeños cambios de vientos en estas tormentas
del inicio del siglo…
Ya sabrás que falleció mi querida madre, y con ella se llevo un trozo
muy importante de mi mundo… ya sabes, puesto que me conoces bien, que me invaden
los negros fluidos de la bilis… querría ser mas flemático como mi admirado San Jerónimo,
mas no me es dado ese don… y querría ser mas querido… aunque no tan admirado…
pero con la marcha de mi madre… el gris se me hace negro y el frío de la
diletancia se mete por mis manos, por mis cansados ojos, por mi corazón, tan
solitario…
Pocos consuelos me quedan… pintar, cuando tengo ganas… escribirte como
estoy haciendo, con mano de pintor mas que de escribano… y esa nostalgia y
añoranza de seguir mirando ese cuadro que tanto te gusta y que nunca dejaré de
adorar… Ya sabes a quien me refiero, la pinté bella, despierta, adornada y coqueta
como una desposada… la pinté para tenerla siempre enfrente de mi autorretrato, mirando
hacia mi lado, la pinté sin nombre y sin señas… como si hubiera sido un
sueño… lo que fue y lo que es siempre
para mi… como una estrella errante de una cálida noche de verano…
Espero que algún día si tu la encuentras por esas cortes de Italia que
frecuentas, le recuerdes que este artista fue feliz cuando la soñé en mis
pinceles… y que ahora cuando la veo sigo viajando al cielo azul de Italia y al mar
azul de Venecia y a su suave piel de Adriático…
No se
que será de mi obra, de este lienzo que tanto amo… tampoco se si mi firma se
hará mas grande con los tortuosos tiempos que vienen… ni si ella me recuerda
siquiera un poco… pero se que en el futuro, cualquiera que con ojos del alma
mire este cuadro… pensará… sabrá que yo la quise mucho… y que ella también me
quiso un poco…
Willibald Pirkheimer, fue coetáneo, humanista y cultísimo amigo de Durero.
Escrito por: Javier Morera Betés
3 comentarios:
¡Magnífico! ¡Es buenísimo!, parece que sea Durero quien la escribió...
o al menos, has visto el cuadro que Durero pintó, y no sólo las pinturas que utilizó... Es la lectura de un cuadro que mas me ha gustado de cuantas he visto en libros de arte... Lo dices todo en una frase. Buenísimo, y melancólico, como no.
Un abrazo.
Precioso y triste a la vez.No me gustaria ser el retrato de la dama
del relato.Pasar a ser sombra o sueño de una idea que se quedo en
el olvido.
Con cariño. Olga
Muy valiosa la inspiración para recrear un escenario en donde los protagonistas son los sentimientos.
Un abrazo. Alf.
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