Y siguiendo con esas visiones literarias de algunos
de nuestros grandes autores sobre el tema del carnaval, no puede faltarnos el
pequeño, pero sustancioso relato que de estos temas nos dejó publicado Gustavo
Adolfo Bécquer en febrero de 1866.
Este artículo, entre crónica, ensayo y opinión
personal, recorre varios asuntos en un pequeño número de hojas. Comienza con
unos comentarios sobre el poco interés que Gustavo Adolfo da a estar situado en
el calendario… Como buen romántico nos dice que permanece tiempos ensimismado
en sus pensamientos y embelesos y no presta mucha atención al día en que vive.
Solo algunas fechas, relacionadas con cambios de estación y alteración de sus
emociones, como son Todos los Santos, que lo envuelven de nostalgia y
melancolía en el otoño y las fiestas de Carnaval por lo de grotesco y renovador
del invierno que se convierte en primavera y color de la vida.
Después ironiza sobre un antiguo significado del
carnaval que ahora no tiene sentido ni causa, ya que hay mucha libertad para
saltar esas pautas sociales, aunque la sociedad y la educación las exijan… Y
pasa a clasificar el carnaval en grandes grupos de manifestación… en las clases
altas, con sus bailes y protocolos de una fiesta que debería romperlos… en los
teatros y bailes populares donde se hace un poco más de lo que se hace todos
los días… en las calles y plazas ciudadanas y pobres que quieren romper con la
costumbre reutilizando mas trapos y desechos…
No parece satisfecho con el Carnaval nuestro amigo Gustavo,
como tampoco vimos entusiasmado a Larra.
Os invito, como siempre, a leer el texto del poeta
sevillano y os dejo con una cita para recordar sus palabras que nos describen
sus salones y momentos de galantería.
“Entonces la valla se rompe en mil pedazos. Se dispone un baile
de trajes en casa de la Duquesa de C*** ó de la Condesa de H*** una legión de
modistas, peluqueros y doncellas de labor se pone sobre las armas, las cajas de
marfil ó de ópalo del elegante tocador dejan ver los tesoros de perlas y piedras
preciosas que contienen; por los muelles divanes caen descuidadamente tendidos
los anchos pliegues de las más vistosas telas; el raso, el terciopelo, el
brocado de metales, la leve gasa azul salpicada de puntos de oro y semejante al
estrellado cielo de una noche de Estío. Hay libertad completa de elegir la
falda: puede ser larga ó corta, según lo permita la misma: el escote alto ó
bajo en razón á la esteología de los hombros: el pelo empolvado ó al natural,
con arreglo al color de la tez. El oro, los diamantes, el tisú, las plumas y
las perlas en montón, que otro día pudieran parecer ridícula exhibición de
riquezas, parecen entonces como artículos necesarios. El Carnaval ha abierto
las compuertas de la vanidad, y el lujo y el capricho pueden por un momento
derramarse en oleadas de luz y de oro, de diamantes y de seda, de gasa y de
flores por el aristocrático salón del baile.”
Y estando ya por mediados de
marzo, a la puerta abierta de la primavera, será momento de dejar para otro
riguroso y oscuro invierno, los muchos retajos y crónicas que del carnaval nos
han hecho los viajeros y los tiempos.
Escrito por: Javier Morera