Cuenta
la leyenda que el Rey Arturo, durmiente en Ávalon, retornará a salvar a su
pueblo cuando éste sea amenazado por cualquier enemigo o peligro.
Y de
hecho, así lo creían muchos ingleses durante la Edad Media. En Aragón, sin
embargo, parece que esta leyenda no arraigó de la misma manera… quizá porque,
después de todo, la propia historia de aquél singular reino era ya una leyenda.
A
veces, mito y realidad se confunden en el medioevo aragonés, y la fantasía
influye sobre los hechos de tal manera que se hace realidad. Es lo que ocurrió
allá por el año 1178, cuando reinaba en Aragón Alfonso II, hijo del célebre
matrimonio entre Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
Habían
pasado cuarenta y cuatro años de la muerte del rey Alfonso I, pero durante todo
este tiempo no se había conseguido nada parecido a lo que el Batallador lograse.
Por el contrario, sucedieron sucesivos conflictos y tensiones: el primer
interregno de la historia de Aragón, la pérdida de territorios ganados
previamente a al-Ándalus, la llegada de los almohades, disensiones internas
entre señores y nobles aragoneses… Y entonces, como ocurre siempre que el
futuro se percibe incierto, se volvió la vista a un pasado mejor. Hubo quien anheló
aquellos años en los que Aragón era un reino fuerte y reconquistador… Y fueron
muchos los súbditos de Alfonso II que, melancólicos, suspiraban al evocar aquél
rey que también se llamaba Alfonso…
Estas
gentes no clamaban el regreso de Arturo, sino el del verdadero Batallador.
Finalmente,
el rey cruzado apareció de nuevo en el invierno de 1178. El desterrado venía
para recuperar su reino.
Por
extraño que parezca, la noticia alcanzó los más apartados rincones de la
Corona; muchos, incluso fueron al encuentro del legendario rey para sumarse a
su invicta hueste; el mismísimo Alfonso II, preocupado enormemente por la
creciente fuerza del rumor, se vio obligado a solicitar la ayuda del rey de
Francia, Luis VII, apodado El Joven -así lo atestiguan dos cartas del monarca
que el profesor Lacarra fechó entre 1178 y 1179-.
Según
la crónica de Rada, primera en recoger los fantásticos hechos, todo fue debido
a la incierta muerte del rey Batallador, el cual podía no haber sido muerto en
la fatídica Batalla de Fraga:
“Sobre este advenimiento de la muerte que
le aconteció allí, dicen unos que no apareció más, vivo ni muerto; otros dicen
que apareció su cadáver y fue enterrado en Montaragón. Otros dicen aún –porque
muchas fueron las versiones de los hombres sobre la muerte de tal rey-, que
salió vivo de la batalla y se hizo peregrino, y después de gran tiempo
reapareció, y muchas gentes de Castilla, León y Aragón que le hablaron
afirmaron que era Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, pues se acordaban de
muchas cosas que él les decía y de muchas conversaciones que con él habían
tenido. Y cuando el rey Alfonso II, que reinaba en Aragón entonces, vio que
crecían en él la gente y los caballeros y aumentaba su poder de día en día,
temiendo que pudiese perder el reino, mandó prender al supuesto Alfonso I El
Batallador y lo hizo matar”.
…En
fin, parece claro que fueron muchos los que creyeron al “falsario”, lo cual testimonia
la honda huella que dejó aquél Alfonso, así como la fascinación que sus hazañas
seguían inspirando medio siglo después de su muerte.
Y este
jueves, El Batallador volverá otra vez más, pero no ya en la forma de Arturo o
de Salvador, sino como integrante de esa memoria que nos legó su tiempo, y
cuyas enseñanzas enriquecen y dan forma a nuestra identidad…
…Porque
nuestro único Salvador es el conocimiento, y hemos de ir en su busca.
Escrito
por: Eloy Morera
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