sábado, 25 de marzo de 2017

BAÑARSE EN LA LAGUNA DE LA MELANCOLÍA




“Recorría yo Italia hace bastantes años. Tuve que detenerme a causa de una inundación del Neto en una hostería de Cerenza, pueblecillo de Calabria. En la hostería había un extranjero, detenido allí por la misma causa que yo; era muy callado y parecía triste aunque no se advertía en él la menor impaciencia. Como era el único hombre a quien podía hablar en aquel sitio, a él me dirigí varías veces lamentándome del retraso de nuestro viaje. Me da lo mismo –respondía– estar aquí que estar en otra parte. El hostelero había hablado con un criado napolitano que servía a este extranjero sin saber su nombre, me dijo que no viajaba por curiosidad, pues no visitaba las ruinas ni los alrededores, ni los monumentos ni a los hombres. Leía mucho, pero nunca de manera continuada, se paseaba por las tardes siempre solo y a menudo pasaba días enteros sentado, inmóvil, apoyada la cabeza en las dos manos.”
…./…

Varios meses después recibí en Nápoles una carta del hostelero de Cerenza con una cajita encontrada en el camino que lleva a Strongoli, camino que habíamos seguido, aunque separadamente, el extranjero y yo; el hostelero me la enviaba seguro de que a uno de los dos pertenecía; contenía muchas cartas muy antiguas, sin dirección o con la dirección y la firma borradas, un retrato de mujer y un cuaderno conteniendo la anécdota o la historia que vais a leer. Como el extranjero propietario de estos efectos no me había dejado cuando se fue ninguna dirección que me permitiera escribirle, las conservé durante diez años sin saber qué hacer de ellos. Un día, habiendo hablado de ello, por casualidad, a unas cuantas personas en una ciudad de Alemania, me rogó una de ellas, con insistencia, que le confiase el manuscrito del cual era yo depositario. AI cabo de ocho días me fue devuelto el manuscrito con una carta que he colocado al final de esta historia porque sería ininteligible si se leyese antes de conocer la historia misma.
…/…

Devuelvo a usted, señor mío, el manuscrito que ha tenido la bondad de confiarme. Le agradezco su amabilidad, aunque haya despertado en mí tristes recuerdos que el tiempo había borrado, he conocido a la mayor parte de las personas que figuran en esta historia, harto cierta. He visto, a menudo, al extraño y desgraciado Adolfo, autor y a la vez héroe de ella, y traté de separar con mis consejos a la encantadora Leonor, digna de una suerte más dulce y de un corazón más fiel, del ser perturbador, tan mísero como ella que dominaba con no sé que suerte el hechizo y la desgarraba con su debilidad. ¡Ay, la última vez que la he visto creí haberle dado fuerza, haber armado, su razón contra su sentimiento! Al cabo de una larga ausencia volví a los lugares en que la había dejado y no encontré más que un sepulcro.

Estos tres fragmentos no son de la obra “Adolfo”, de Benjamín Constant, sino de sus prólogos y epílogos… pero son el nuncio, la trampa, el cebo, la esencia del perfume que nos incita a meternos, a vivir esa novela, esa laguna misteriosa de aguas tristes y brumosas que son la nostalgia  romántica, la melancolía… que nos atrapa, nos contagia, nos envuelve y nos pierde, nos hace mas humanos para llegar a ser mas místicos, mas dioses, mas etéreos, menos cosa, mas nada…


 Escrito por: Javier Morera

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