“Recorría yo Italia hace bastantes años. Tuve que detenerme a causa
de una inundación del Neto en una hostería de Cerenza, pueblecillo de Calabria.
En la hostería había un extranjero, detenido allí por la misma causa que yo;
era muy callado y parecía triste aunque no se advertía en él la menor
impaciencia. Como era el único hombre a quien podía hablar en aquel sitio, a él
me dirigí varías veces lamentándome del retraso de nuestro viaje. Me da lo
mismo –respondía– estar aquí que estar en otra parte. El hostelero había
hablado con un criado napolitano que servía a este extranjero sin saber su
nombre, me dijo que no viajaba por curiosidad, pues no visitaba las ruinas ni
los alrededores, ni los monumentos ni a los hombres. Leía mucho, pero nunca de
manera continuada, se paseaba por las tardes siempre solo y a menudo pasaba
días enteros sentado, inmóvil, apoyada la cabeza en las dos manos.”
…./…
Varios meses después recibí en Nápoles una carta del hostelero de
Cerenza con una cajita encontrada en el camino que lleva a Strongoli, camino
que habíamos seguido, aunque separadamente, el extranjero y yo; el hostelero me
la enviaba seguro de que a uno de los dos pertenecía; contenía muchas cartas
muy antiguas, sin dirección o con la dirección y la firma borradas, un retrato
de mujer y un cuaderno conteniendo la anécdota o la historia que vais a leer.
Como el extranjero propietario de estos efectos no me había dejado cuando se
fue ninguna dirección que me permitiera escribirle, las conservé durante diez
años sin saber qué hacer de ellos. Un día, habiendo hablado de ello, por
casualidad, a unas cuantas personas en una ciudad de Alemania, me rogó una de
ellas, con insistencia, que le confiase el manuscrito del cual era yo
depositario. AI cabo de ocho días me fue devuelto el manuscrito con una carta
que he colocado al final de esta historia porque sería ininteligible si se
leyese antes de conocer la historia misma.
…/…
Devuelvo a usted, señor mío, el manuscrito que ha tenido la bondad
de confiarme. Le agradezco su amabilidad, aunque haya despertado en mí tristes
recuerdos que el tiempo había borrado, he conocido a la mayor parte de las
personas que figuran en esta historia, harto cierta. He visto, a menudo, al
extraño y desgraciado Adolfo, autor y a la vez héroe de ella, y traté de
separar con mis consejos a la encantadora Leonor, digna de una suerte más dulce
y de un corazón más fiel, del ser perturbador, tan mísero como ella que
dominaba con no sé que suerte el hechizo y la desgarraba con su debilidad. ¡Ay,
la última vez que la he visto creí haberle dado fuerza, haber armado, su razón
contra su sentimiento! Al cabo de una larga ausencia volví a los lugares en que
la había dejado y no encontré más que un sepulcro.
Estos tres fragmentos no son de
la obra “Adolfo”, de Benjamín Constant, sino de sus prólogos y epílogos… pero
son el nuncio, la trampa, el cebo, la esencia del perfume que nos incita a
meternos, a vivir esa novela, esa laguna misteriosa de aguas tristes y brumosas
que son la nostalgia romántica, la
melancolía… que nos atrapa, nos contagia, nos envuelve y nos pierde, nos hace
mas humanos para llegar a ser mas místicos, mas dioses, mas etéreos, menos
cosa, mas nada…
Escrito
por: Javier Morera
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