Con la obra de Daniel Defoe, Robinsón
Crusoe, este jueves nos lanzaremos al viaje de un varón típico del siglo XVIII
que se embarca para “hacer fortuna” y “ganarse la vida”… navega entre
religiones y culturas, entre lo conocido y lo ignoto, desde los padres hasta
los malhechores… y una vez pasadas las primeras aventuras “adolescentes”…
naufraga… se pierde… se arruina… en un mar de peligros… en un océano de
circunstancias que no son parte del “yo”, sino que lo marcan, lo modelan, lo
modulan… lo ahogan o lo elevan…
Pero Defoe le da una isla a su
Robinsón… casi como un purgatorio… casi como una segunda oportunidad para
reorientar el navío de su existencia… pagando unos precios dignos del infierno
de Dante… soledad… aislamiento… carencias… desesperanza… miedos…
Así pasamos la adultez…
trabajando… defendiendo… inventando una existencia donde cada vez hay menos
esperanza de volver a la explosión vital de la juventud…
Astuto Defoe… no es casualidad
que su protagonista sea el estereotipo de los ciudadanos actuales de esta
cultura tan distinta a la soledad… pero tan asfixiada por esos mismos problemas
existenciales que padeció Robinsón.
Hoy todos somos Robinsón…
debemos valernos por nosotros mismos, solos… debemos viajar y naufragar varias
veces… en la vida… y reciclarnos. Debemos ver lo bueno que tenemos y no estar
pensando en lo que hemos perdido… debemos ser solidarios con todos… pero con
fronteras bien cerradas… con pruebas selectivas y competitivas para todo… hasta
para entrar a estudiar… Debemos ser muy educados pero estamos solos,
incomunicados, escondidos en fortalezas para que no nos ataquen… no nos
conozcan… no nos venzan…
Y además debemos saber ingles
como todo el mundo… y alemán por si acaso…
Solución: algún embriagador
que nos haga “no ver” tanto.
Escrito por: Javier
Morera Betés
2 comentarios:
Ay! si Robinson hubiese sabido dos o tres idiomas, todo habría sido más fácil en su vida... ¡Muy bueno!
A veces en la vida hay épocas en las que pareces vivir en una isla desierta sin haber naufragado...
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