¿Jugamos a escribir?...
Francisco es el nombre de un
medico joven, inteligente, curioso, listo y vivo como el hambre… Pronto destacó
en la escuela y en el instituto como un “preparado”… Superaba exámenes y no con
mucho esfuerzo… algunas notas brillantes, otras aceptables… menudo, nervioso,
vivaz… hijo tercero de cinco hermanos… padre medico rural, madre maestra…
Rebasaba sin dificultades la vida académica… Se ilusionaba en libros y novelas…
Deportista sin ser campeón… fuerte sin ganar en nada… Atento a todo y aburriéndose
de casi todo…
Fran se manejaba estupendamente
en las nuevas tecnologías, le divertían los idiomas, para usarlos, no creía ni
en religiones ni en filosofías… Amigos, pocos. Amores, menos… Vocación: saber,
entender, controlar… ver mas, ver antes, ver mas lejos que nadie… Sus
objetivos: diagnostico, pronóstico, tratamiento, evaluación… éxito… Nuevas
terapias, eclecticismo de picoteo, congresos… llegar antes y mejor al resultado
perfecto… salud… No hay enfermedades, hay enfermos, le habían dicho en la Facultad…
No hay terapias, hay habilidad del terapeuta, decía él…
Llego la crisis del Covid-19.
Fran era de los mejores y sus pacientes tenían más oportunidades… El virus era
su enemigo y se le parecía… joven, mutante, adaptado, con su capacidad de
alojarse en la parte más débil de su huésped… Fran le perseguía, casi lo conocía,
lo vaticinaba… casi lo alcanzaba… Lo vencía…
Carolina era una compañera.
Enfermó. Contagiada. Débil de corazón. Fue un caso fácil para el Covid-19. Fue
un fracaso demasiado profundo para Fran.
Agotamiento, apatía, astenia,
desmotivación, inseguridad, frustración… Síndrome de Burnout le dijo su jefe a
Fran. Descansa. Pasaremos sin ti y volverás para ayudar más fuerte.
En su casa del pueblo donde había
sido medico muchos años su padre y ahora descansaba en la tierra, su madre le
servia un té bajo el árbol centenario que tanto vio jugar a Francisquito de
niño, cuando soñaba con ser de mayor medico como papá…
La sombra del árbol, los
pájaros que allí cantaban, su anciana madre mirándole en silencio. Té rojo, sin
azúcar, sin hospital, sin móvil, sin reloj, sin mascarilla… Pasaron minutos,
horas de silencio. La luz decaía. El té quedó frío y denso… La madre le había
dicho hacia años, al doctorarse en el extranjero con honores… y aun lo oía en
su memoria…
“Por muy alto que llegues, hijo
mío, recuerda que solo eres una persona”
Escrito por: Javier Morera
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