“Mis noches terminaron aquella mañana. El día era triste; la lluvia
caía, golpeando lúgubremente los cristales de mi ventana. Mi cuarto estaba
oscuro, me dolía la cabeza y el vértigo se apoderó de mi.”
Así da comienzo esa especie de
epilogo que sigue a la cuarta “Noche Blanca” de Dostoyevski.
Nuestro protagonista recibe en
su casa una carta de Nastenka…
La leemos. Imagina que emoción
debe recorrer ese corazón y esa psicología desangrada del autor que nos cuenta
su experiencia traumática… Romanticismo puro.
“¡Oh! ¡Se lo ruego de rodillas! ¡Perdóneme! Le engañé; me engañé
a mi misma. Fue un sueño… ¡He sufrido hoy tanto por usted!
No me recrimine; mi cariño no ha cambiado. Le dije que le amaría,
y aun ahora mismo le amo, y aun mas. ¡Oh Dios mío! ¡Si pudiese amarles a los
dos! ¿Por qué no es usted él?
Dios mismo sabe lo que hubiera querido hacer por usted. Comprendo
cuanto sufre usted. He humillado su cariño; pero usted no ignora que, cuando se
ama, la injuria se olvida. Y usted me ama. Le estoy agradecida por este amor, y
queda grabado en mi pensamiento como un dulcísimo ensueño, del cual nos
acordamos largo tiempo después de haber despertado. Recordaré siempre el
momento en que me ha abierto usted tan francamente su corazón y ha acogido el
mío para protegerle, acariciarle, curarle… Si me perdona, ese recuerdo vivirá
en mí embellecido por este sentimiento de eterno agradecimiento, que no
desaparecerá nunca. Le seré fiel; no traicionaré nunca mi corazón, que es muy
constante. Demasiado sabe usted cuan rápidamente ha vuelto a aquel a quien
pertenece para siempre.
Nos volveremos a ver. ¡Vendrá a casa! No nos abandonará nunca.
Será siempre nuestro amigo, mi hermano. Y cuando me encuentre, me tenderá la
mano, ¿verdad? Porque estoy segura de que me ha perdonado y de que me ama usted
como antes. ¡Oh! Ámeme, no me abandone, porque yo le tengo aun un gran cariño y
seré digna del suyo, le mereceré, mi queridísimo amigo. Mi boda se celebrará la
próxima semana; ha vuelto enamoradísimo. ¡No me había nunca olvidado!... No se
enfade si le hablo de él. Iremos a verle los dos; le querrá usted a él también,
¿verdad?
Perdóneme, pues; acuérdese de mí y ame a su:
NASTENKA
Ya hemos leído y vivido estas
“Noches Blancas”… hoy que celebramos San Juan… y ya se hicieron esas hogueras
que nos recuerdan como empezamos a caminar hacia la oscuridad y el invierno…
Un poco mas adelante, nos dice
el autor sobre el estado emotivo del protagonista…
“Los rayos del sol, que durante un instante habían logrado
atravesar las nubes, desaparecieron, y todo se hizo negro a mi alrededor…”
Una curiosa historia llena de
sentimientos y ternura, de amor y de tristeza, de esperanza y de soledad…
Es muy difícil conseguir el
cielo en la Tierra… los realistas lo pregonan… los románticos siempre lo van
buscando… pero el cielo siempre corre más deprisa que nosotros…
Varias veces, a lo largo del
relato, nuestro héroe agradece, a Nastenka y al destino, que al menos durante
unas horas, durante unas noches blancas, se hacían realidad sus sueños…
La despedida es triste, la vida
de Dostoyevski no fue alegre…
“¡Dios mío! ¡Un instante de felicidad no basta a una vida humana!"
Escrito por: Javier Morera
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