miércoles, 24 de junio de 2020

LA MAÑANA


“Mis noches terminaron aquella mañana. El día era triste; la lluvia caía, golpeando lúgubremente los cristales de mi ventana. Mi cuarto estaba oscuro, me dolía la cabeza y el vértigo se apoderó de mi.”

Así da comienzo esa especie de epilogo que sigue a la cuarta “Noche Blanca” de Dostoyevski.

Nuestro protagonista recibe en su casa una carta de Nastenka…

La leemos. Imagina que emoción debe recorrer ese corazón y esa psicología desangrada del autor que nos cuenta su experiencia traumática… Romanticismo puro.

“¡Oh! ¡Se lo ruego de rodillas! ¡Perdóneme! Le engañé; me engañé a mi misma. Fue un sueño… ¡He sufrido hoy tanto por usted!

No me recrimine; mi cariño no ha cambiado. Le dije que le amaría, y aun ahora mismo le amo, y aun mas. ¡Oh Dios mío! ¡Si pudiese amarles a los dos! ¿Por qué no es usted él?

Dios mismo sabe lo que hubiera querido hacer por usted. Comprendo cuanto sufre usted. He humillado su cariño; pero usted no ignora que, cuando se ama, la injuria se olvida. Y usted me ama. Le estoy agradecida por este amor, y queda grabado en mi pensamiento como un dulcísimo ensueño, del cual nos acordamos largo tiempo después de haber despertado. Recordaré siempre el momento en que me ha abierto usted tan francamente su corazón y ha acogido el mío para protegerle, acariciarle, curarle… Si me perdona, ese recuerdo vivirá en mí embellecido por este sentimiento de eterno agradecimiento, que no desaparecerá nunca. Le seré fiel; no traicionaré nunca mi corazón, que es muy constante. Demasiado sabe usted cuan rápidamente ha vuelto a aquel a quien pertenece para siempre.

Nos volveremos a ver. ¡Vendrá a casa! No nos abandonará nunca. Será siempre nuestro amigo, mi hermano. Y cuando me encuentre, me tenderá la mano, ¿verdad? Porque estoy segura de que me ha perdonado y de que me ama usted como antes. ¡Oh! Ámeme, no me abandone, porque yo le tengo aun un gran cariño y seré digna del suyo, le mereceré, mi queridísimo amigo. Mi boda se celebrará la próxima semana; ha vuelto enamoradísimo. ¡No me había nunca olvidado!... No se enfade si le hablo de él. Iremos a verle los dos; le querrá usted a él también, ¿verdad?

Perdóneme, pues; acuérdese de mí y ame a su:
NASTENKA

Ya hemos leído y vivido estas “Noches Blancas”… hoy que celebramos San Juan… y ya se hicieron esas hogueras que nos recuerdan como empezamos a caminar hacia la oscuridad y el invierno…

Un poco mas adelante, nos dice el autor sobre el estado emotivo del protagonista…

“Los rayos del sol, que durante un instante habían logrado atravesar las nubes, desaparecieron, y todo se hizo negro a mi alrededor…”

Una curiosa historia llena de sentimientos y ternura, de amor y de tristeza, de esperanza y de soledad…

Es muy difícil conseguir el cielo en la Tierra… los realistas lo pregonan… los románticos siempre lo van buscando… pero el cielo siempre corre más deprisa que nosotros…

Varias veces, a lo largo del relato, nuestro héroe agradece, a Nastenka y al destino, que al menos durante unas horas, durante unas noches blancas, se hacían realidad sus sueños…

La despedida es triste, la vida de Dostoyevski no fue alegre…

“¡Dios mío! ¡Un instante de felicidad no basta a una vida humana!"

  

Escrito por: Javier Morera

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