La hermosa mujer de piedra que contemplaba extasiado tenía
asimismo una sonrisa suya que le daba tal carácter y expresión que enamorarse
de aquel gesto especial era enamorarse de aquella escultura pues no sería
posible hallar otra perfectamente semejante. Con los ojos entornados y los
labios ligerísimamente entreabiertos parecía que pensaba algo agradable y que
la luz de su pura e interior alegría se revelaba por medio de reflejos
imperceptibles como se acusa por la transparencia la luz que arde dentro de un
vaso de alabastro.
Gustavo Adolfo Bécquer, LA MUJER DE
PIEDRA
Sevilla, con su Giralda de encajes que copia temblando el
Guadalquivir y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se
cree escuchar el extraño crujido de los pasos del rey justiciero; Sevilla con
sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus
cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de
fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas
las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda
la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la
imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos,
y penetré en su recinto, y crucé sus calles y respiré su atmósfera, y oí los
cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías,
medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con
voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón
a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir
en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.
No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando
me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a espirar,
arrojando sus últimos destellos, que en círculos ya luminosos, ya sombríos, se
proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las
nebulosas mañanas del invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis
balcones.
A través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
Madrid envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos
jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las boardillas, los
campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando
bajo su inmenso sudario de nieve.
Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en
el alma.
Gustavo Adolfo Bécquer, LA SOLEDAD
Silbó el aire, que había permanecido un momento callado, y las
hojas se levantaron en confuso remolino, perdiéndose a lo lejos entre las
tinieblas de la noche.
Y yo pensé entonces algo que no puedo recordar, y que, aunque lo
recordase, no encontraría palabras para decirlo.
Gustavo Adolfo Bécquer, LAS HOJAS SECAS
Entregado a estas ideas
pasaba días enteros.
Si claro, son párrafos de los relatos de
Bécquer que hemos tratado este jueves pasado en nuestra tertulia…
Bécquer esta contento, le hemos recordado
otro año, le ha gustado…. Sin mucha gente, en la soledad de nuestro Rincón del
Romántico y con respeto… mas admiración que sabiduría, mas emoción que
intelecto…. Tan cerca que casi dentro de Gustavo…. Y ya hemos quedado…. para el
año próximo…. Al despedirnos nos ha dicho…. Con su entrañable colorido andaluz…
amigos… ¡en el 16 será el 18!....
¡Cuídate Bécquer!... ¡TE QUEREMOS!...
Escrito
por: Javier Morera
1 comentario:
Gracias por esta sesión Javier siempre es un placer escucharte hablar de Becquer.
Besicos desde Francia
Julie
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