Perdóname,
no puedo hablar más alto.
No
sé cuándo me oirás, tú, a quien me dirijo.
¿Y
acaso me oirás?
Mi
nombre es Hor.
Te
ruego que acerques tu oído a mi boca, por lejos que estés de mí, ahora o
siempre. De otro modo no puedo hacerme entender por ti. Y aunque te avengas a
satisfacer mi ruego quedarán bastantes secretos que tendrás que desvelar por tu
cuenta. Necesito tu voz donde la mía falla.
…./….
Mi
nombre es Hor.
Mejor
sería decir: me llamo Hor. ¿Pues quién, aparte de mí, me llama por mi nombre?
No
estaba en absoluto prohibido abandonar la ciudad-laberinto. Al contrario, quien
lo lograba era mirado como un héroe, un bienaventurado y su leyenda era contada
durante mucho tiempo. Pero eso sólo les estaba reservado a los dichosos. Las
leyes a que estaban sometidos todos los habitantes del laberinto eran
paradójicas, pero inmutables. Una de las más importantes decía: sólo quien
abandona el laberinto puede ser dichoso, pero sólo quien es dichoso puede
escapar de él.
-¿Qué
le decía? Esto lo demuestra todo. El caos crece con cada intento de dominarlo.
Lo mejor sería estarse quieto y no hacer nada. Toma un trago más.
-Ah,
bueno -dice el estudiante mirando distraído en torno suyo-, ¿usted quiere poner
esto en orden?
-¡Quitar
el polvo! -le corrige el viejo criado-. Quitar el polvo, como lo he hecho toda
una vida…
-Fuera
está el paraíso, pero no se pueden abrir las ventanas.
-¿Qué
hay fuera?
-El
pa-ra-í-so.
-No
lo conozco. ¿Qué demonios es eso?
-¿No
lo conoces?
-No,
nunca había oído hablar de ello.
La
niña reprimió la risa.
-No
te creo. ¿Acaso no eres un ángel?
-¿Y
eso qué es? -preguntó el niño.
La
niña de los ojos almendrados se quedó un rato pensativa y entonces susurró:
-En
realidad yo tampoco sé lo que es el paraíso.
-¿Entonces
de qué hablas? -dijo el niño.
El
director le da un cachete amistoso, coge su sombrero y se va. Ha olvidado el
látigo. El payaso lo contempla cómo está allí sobre la mesa de maquillaje,
extiende cautamente la mano para cogerlo y se tumba en la cama. Desenrolla la
cuerda, vuelve a enrollarla, la desenrolla de nuevo.
Al
fin y al cabo no puedo ser el único que se ha dado cuenta. Tan listo no soy.
Sólo se han puesto de acuerdo en no hablar de ello. ¿0 acaso quieren que sea
precisamente así? ¿Les gusta a todos este sueño?
El
payaso se levanta, se pone su viejo abrigo, se enrolla una larga bufanda
alrededor del cuello y se pone el sombrero. Lee una vez más las señas, luego
quema el papel en el cenicero. Las llamitas se elevan y se apagan.
Todo lo anterior son fragmentos
de ese libro de relatos cortos que escribe Michael Ende en 1984 y que titulamos
“EL ESPEJO EN EL ESPEJO”…Te lo recomendamos… para verte en esas historias tan
curiosas… y para entenderte y entender un mundo mas loco de lo que los
racionalistas quieren mostrarnos… y si no me crees… mira con tus ojos y veras
surrealismo creciente y reproduciéndose… hasta el infinito…
Escrito por: Javier Morera
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