Para algunos expertos y muy autorizados doctores del arte,
contemplar las obras de Vermeer es pura recreación visual, fascinación por lo
que vemos y como lo vemos…
Para otros “intelectuales” y sabios en simbología, adentrarse
en la obra de Vermeer es difícil, costoso y algo mas confuso que en las
pinturas contemporáneas de pintores de su nivel formativo…
Todos coinciden en que el maestro de Delft supo utilizar el
espacio con una maravillosa habilidad…el dentro y el fuera, las entradas y las
salidas, el cerca y el lejos, el suelo y los habitáculos de esas casas
holandesas del barroco… la perspectiva y los horizontes y las horizontales, y
las diagonales…
Cuando ya se ha definido el espacio, casi siempre interior y
cerrado, nos dirige con la luz… el tesoro en los países del norte, el rayo que
explota y nos transporta… el vector recto, limpio, directo y señalador que nos
conduce a los centros de la obra, al interés, al corazón de su mundo con la
mirada de sus ojos…
No le fue necesario viajar a Italia para usar la luz de los
grandes pintores… no necesitaba grandes exteriores con luminosos días de sol
mediterráneo para regalarnos los brillos y los reflejos mas fuertes y mas
lindos de los museos…
Se propuso
contar sus narraciones con la luz, como verdadero idioma de la pintura y para
usar palabras de ese lenguaje utilizó el color…
Nos dice con su paleta… qué debemos mirar… donde debemos
mirar… y nos sentimos apasionados y admiradores de su espacio, de su luz, de
sus colores… que son el diccionario mas sensible de una lengua visual y
perfecta… imposible de hablar… inefable…
Tenemos pocos cuadros de Vermeer… como si él supiera que
mirar y admirar uno de sus preciosos cuadros, nos iba a ocupar un tiempo
intenso y extenso… sus obras son presentes de segundo y mirarse en ellas es
horas de placer… es como leer y releer a Vermeer…
Escrito por:
Javier Morera
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