Leer a Conan Doyle en sus “Aventuras
de Sherlock Holmes” es para algunos una forma de pasar el rato… es
distraerse o incluso le llaman “matar el tiempo” que suena a sacrilegio en
nuestra sociedad “ocupadísima” y “estresada”…
Pero otros creemos, sin ser devotos de este sir inglés,
que sus obras no son tan “absurdas”… primero nos alientan a leer, que no es
poco; luego nos describen paisajes, personas y situaciones que son desde bellas
y pintorescas hasta típicas y emotivas… pero mas allá de esto, nos dan
lecciones de sensibilidad, de observación, de intuición y de métodos
perceptivos y analíticos… no diré deductivos, ya que no lo son en su mayoría,
pero sí nos “inducen” a pensar… a buscar explicaciones, a razonar, a investigar
y a trabajar con todas las lupas y detalles que podamos recolectar…
¡Qué diferentes estos métodos a las chapuzas y las groserías
de otras “diversiones”!... ¡Qué diferentes a las modas de “todo vale”, “que más
da”, “es para unas prisas”!... Si nos metemos en la piel de Watson cuando
admira a Holmes, nos encontramos con el alumno Doyle que admiró a su profesor,
nos encontramos en el niño que admira a su padre… nos encontramos con el
neófito que aprende de su maestro…
¡Cómo nos gustaría a muchos que nuestros profesionales de
la policía, de la medicina, de la justicia, de la Historia, de la economía… de
cualquier ámbito tuvieran la perspicacia y el tesón de Holmes…! ¡Cómo
desearíamos que tuvieran su lupa, su inteligencia, su buen ánimo para
esclarecer y para comprender…!
Pero me parece que sería mejor recurrir al oráculo de
Delfos o a los posos de café… que son más rápidos y más de nuestra
idiosincrasia mediterránea…
Bueno… y dicho esto, me voy a comprar lotería que es
Navidad…
Escrito por Javier Morera Betés
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