sábado, 23 de marzo de 2019

UNA LÁPIDA DESNUDA


Cuanto nos influye el paisaje es siempre una duda en el estudio y análisis del comportamiento humano. Sabemos que el calor nos agobia y nos ponemos “nerviosos”… sabemos que el frío nos hace encogernos y buscar cobijos y letárgicos descansos… sabemos que una lluvia constante nos da tristeza, nostalgia, melancolía… sabemos que la primavera nos hace florecer en proyectos y el otoño nos invita a leer viejas novelas románticas a la luz de una lámpara hogareña…

Cuando lees una gran novela como “Cumbres Borrascosas”… te preguntas cuanto de explicación a esas conductas y a esas personalidades se debe a ese páramo ingles, frío y desértico, que tanta literatura nos ha generado… ¿Cómo hubiera sido ese encuentro entre Heathcliff y Catherine en la agradable campiña italiana o en un cortijo andaluz?...

Los vientos del Noroeste, la proximidad del mar frío, la naturaleza tan austera… los caminos tortuosos, el despoblamiento… todo parece contribuir a esas relaciones tan adustas, a esas personalidades tan autárquicas en sus pensamientos, a esas limitaciones egoístas en la colectividad…

Cuando terminamos de leer la obra, si hace frío, si estamos solos… si hemos paseado a menudo por cementerios de pueblos ya olvidados… nos parece oír el viento susurrando entre la vegetación que nos dice palabras, voces, nombres… recuerdos..

Nos vienen a la mente poemas, autores, versos y otros libros…

La obra te sensibiliza y ya te das cuenta que la vida es un pedazo de tiempo entre dos infinidades, arrancado al destino por tu conciencia… extendido entre unos instantes de percepción y de comunicación con unos pocos otros seres que te cruzas, por azar en el mismo sector de tiempo y espacio… Y piensas ¿que quedará de tu presencia cuando solo sea ausencia?… y ¿cuando ya no sea nada?…

Recuerda el final de tantos sufrimientos en la casa de “Cumbres Borrascosas”… unas lapidas… nada…

“Busqué y hallé fácilmente las tres losas inmediatas al declive que mira al páramo. La del centro, gris y medio sepultada entre los brezos; la de Edgar Linton, adornada de césped y musgo que crecía a sus pies; la de Heathcliff, aun desnuda.

Erré por las cercanías bajo aquel cielo tan benigno; miré revolotear las mariposas y las campánulas entre el brezo; escuché el susurro de las altas plantas mecidas por la brisa y me pregunté, asombrado, como había quien pudiera atribuir un descanso atormentado a los que duermen en la serenidad de aquella tierra tan tranquila”.



Escrito por: Javier Morera

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