Cuanto nos influye el paisaje
es siempre una duda en el estudio y análisis del comportamiento humano. Sabemos
que el calor nos agobia y nos ponemos “nerviosos”… sabemos que el frío nos hace
encogernos y buscar cobijos y letárgicos descansos… sabemos que una lluvia
constante nos da tristeza, nostalgia, melancolía… sabemos que la primavera nos
hace florecer en proyectos y el otoño nos invita a leer viejas novelas románticas
a la luz de una lámpara hogareña…
Cuando lees una gran novela como
“Cumbres
Borrascosas”… te preguntas cuanto de explicación a esas conductas y a
esas personalidades se debe a ese páramo ingles, frío y desértico, que tanta
literatura nos ha generado… ¿Cómo hubiera sido ese encuentro entre Heathcliff y
Catherine en la agradable campiña italiana o en un cortijo andaluz?...
Los vientos del Noroeste, la
proximidad del mar frío, la naturaleza tan austera… los caminos tortuosos, el
despoblamiento… todo parece contribuir a esas relaciones tan adustas, a esas
personalidades tan autárquicas en sus pensamientos, a esas limitaciones
egoístas en la colectividad…
Cuando terminamos de leer la
obra, si hace frío, si estamos solos… si hemos paseado a menudo por cementerios
de pueblos ya olvidados… nos parece oír el viento susurrando entre la
vegetación que nos dice palabras, voces, nombres… recuerdos..
Nos vienen a la mente poemas,
autores, versos y otros libros…
La obra te sensibiliza y ya te
das cuenta que la vida es un pedazo de tiempo entre dos infinidades, arrancado
al destino por tu conciencia… extendido entre unos instantes de percepción y de
comunicación con unos pocos otros seres que te cruzas, por azar en el mismo
sector de tiempo y espacio… Y piensas ¿que quedará de tu presencia cuando solo
sea ausencia?… y ¿cuando ya no sea nada?…
Recuerda el final de tantos
sufrimientos en la casa de “Cumbres Borrascosas”… unas lapidas… nada…
“Busqué y hallé fácilmente las tres losas inmediatas al declive
que mira al páramo. La del centro, gris y medio sepultada entre los brezos; la
de Edgar Linton, adornada de césped y musgo que crecía a sus pies; la de
Heathcliff, aun desnuda.
Erré por las cercanías bajo aquel cielo tan benigno; miré
revolotear las mariposas y las campánulas entre el brezo; escuché el susurro de
las altas plantas mecidas por la brisa y me pregunté, asombrado, como había
quien pudiera atribuir un descanso atormentado a los que duermen en la
serenidad de aquella tierra tan tranquila”.
Escrito por: Javier Morera
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