El pasado martes, estuvimos celebrando con nuestro compañero Vicente, su
final feliz de unos talleres de escritura creativa… para terminar y mostrarnos
sus resultados, nos obsequiaron con bellos fragmentos de sus producciones
literarias… mas de una docena de personas que se han dedicado a estudiar y
escribir con la mejor de sus intenciones las ideas que se les han posado en sus
mentes siempre abiertas a libros y narraciones…
No solo nos leían, también nos ofrecían sus primeras publicaciones que
ya se han impreso y divulgado… ¡Una gran alegría!
En contraste, la mayor parte de las historias nos llenaban de tristeza…
se sucedían los dramas, las tragedias… los finales infelices y la gris realidad
de la sociedad gris que es vista desde ojos grises… como nos decía una de las
autoras… cada relato, casi sin excepción, nos hacia bajar un peldaño en los
ánimos de los que estábamos por el publico…
¿Es tan triste la vida?
¿Vemos los escritores y lectores más tristes las historias de vida?
¡Advierto que no hablamos de plumas de estilo romántico, donde esto
sería un tópico!
¿Había algún tipo de selección que explicará este sesgo anímico?
La opinión es que la realidad que nos apresa es dura, poco dada a
ilusiones de fantasía… poco fácil para preparar los ambientes dulzones que nos
gustaría tener prefabricados para nuestros hijos y nietos…
Por eso, a muchos de nosotros nos encanta y nos perdemos por esos libros
donde el escritor puede fabricar sus propias condiciones, circunstancias y
finales… por eso leemos y releemos libros que nos gustan… sin perder la cercanía
de esa realidad que sigue ahí, cuando cierras el libro…
Esta semana, una buena película basada en un buen libro, nos hace
sugerencias de este tipo… “La Vida de PI”… que al final, nos plantea como
queremos digerir la historia de su naufragio… como una tragedia horrorosa o
como un cuento… Todos elegimos el cuento del tigre…
Y al empezar el libro nos plantea el problema de su nombre… ¡mirar y
leer que divertido!... o ¡que triste!
“Me levanté del
pupitre y me dirigí rápidamente a la pizarra. Antes de que el profesor pudiera
abrir la boca, cogí un trozo de tiza y dije, mientras escribía:
Me llamo
Piscine Molitor Patel, conocido por todos como
Subrayé las
dos primeras letras de mi nombre de pila.
Pi Patel.
Por si
acaso, agregué:
Pi = 3,1416
Luego dibujé
un círculo enorme y lo partí con un diámetro, para evocar aquella lección
básica de geometría.
Hubo un
silencio sepulcral. El profesor tenía los ojos clavados en la pizarra. Yo me
estaba aguantando la respiración. Entonces dijo:
—Muy bien,
Pi. Siéntate. La próxima vez procura pedir permiso antes de levantarte del
pupitre.
—Sí, señor.
Me puso una
cruz al lado del nombre y miró al chico siguiente.
—Mansoor
Ahamad —dijo Mansoor Ahamad.
Me había
salvado.
—Gautham
Selvaraj —dijo Gautham Selvaraj.
Podía
respirar tranquilo.”
Escrito por:
Javier Morera
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