En 1933, James Hilton, publicó un libro titulado: HORIZONTES PERDIDOS. Rápidamente se hizo
tal demanda del libro que se vieron obligados a editar unas ediciones “baratas”
de tapa blanda y papel de periódico… que ahora llamamos “ediciones de
bolsillo”… y se leyó y leyó… y se tradujo y se hicieron varias películas… y hoy
es parte de la cultura o “mitología” literaria de la humanidad…
Como todos sabréis y recordareis, se trata de una de
las más famosas utopías que nuestra cultura ha creado, sobre esa otra parte del
mundo que es China, el Tíbet, la India… que es menos conocida y que resultaba
muy atrayente hace unos 90 años en Occidente.
Es sabido y estudiado que las utopías, como la que
les da nombre, original de Tomas Moro, son ensayos de la imaginación que
pretende crear un “paraíso” donde los humanos podremos vivir, en paz, en
armonía, con el menor esfuerzo y sin sufrimientos ni peligros…
Es sabido que en las utopías, no debe haber guerras,
si el orden y las leyes o normas suficientes para vivir y convivir
satisfactoriamente… Es sabido que son a imagen de los gustos y anhelos de cada
“arquitecto”… de cada peligro que se aborrece o de cada motivación que nos
atrae…
En los años treinta del siglo XX se había acabado la
Primera Guerra Mundial. Caos y fracaso horroroso de la civilización que solo puedo ser superado por la Segunda
Guerra Mundial y ese era el afán de HORIZONTES PERDIDOS, el montañero Hilton,
creó en los confines del Himalaya un valle recóndito donde reinaba la
sabiduría, el silencio, la naturaleza. Todo funcionaba con el sosiego y la
tranquilidad… preparándose para huir de lo que ya se esperaba: la segunda Gran
Guerra… y las bombas atómicas.
Los protagonistas de esta novela han pasado la
guerra y han quedado cambiados, desarmados, apáticos y cansados…
Conway es un veterano de 37 años, que ya ha madurado
demasiado para las “carreras” que le piden otros… y leemos como le comenta a su
joven asistente:
-“Si tuvieses la misma experiencia que yo, Mallinson, sabrías que hay
ocasiones en la vida en que lo mas cómodo es no hacer nada. Lo mejor es dejar
que todo suceda como ha de suceder. La guerra fue una cosa parecida. Se es
afortunado cuando la contemplación de la novedad nos hace olvidar todas las
sensaciones desagradables.”
Cuando es acogido y aleccionado por el monje
tibetano Chang de las “normas” del monasterio…
-“Si he de hacer un resumen de todas nuestras prácticas, me atrevo a
asegurar que nuestra principal virtud es la moderación. Inculcamos a todos
nuestros seguidores la necesidad de evitar el exceso en todo, la gran virtud de
huir, si se me permite la paradoja, del exceso de virtud mismo. En el valle que
ha visto y en el cual viven varios miles de habitantes, bajo el gobierno
directo de nuestra orden, hemos tenido ocasión de apreciar la felicidad que
proporciona la fiel observancia de nuestros principios. Gobernamos a nuestros
fieles con moderada rectitud y nos contentamos, en cambio, con una obediencia
moderada. Puedo añadir que nuestro pueblo es moderadamente sobrio, moderadamente
casto y moderadamente honrado.”
La moderación… ¡Qué lejos estaban de las soluciones
a sangre y fuego, exterminios… invasiones… Solución Final!...que llegaron a
rodear el globo terrestre en los años cuarenta… y siguen…
Supongo que ya recuerdas el nombre del monasterio
tibetano donde Hilton ubicó su obra… el célebre Shangri-La… El paso entre
montañas… el valle de la Luna Azul… el paraíso perdido… Utopía… que lastima que
no exista y pudiera albergarnos a todos… sin pisos de turismo… ni tasas de
turistas… sin pasaporte… sin salida… sin regreso…
Escrito por: Javier Morera
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