En este club de lectura tan rápido que
nos arrastra de un libro al siguiente saltando un teatro y dos películas entre
medio… nos vemos ahora inmersos en esa obra de toda la vida, suplicio de
estudiantes de bachillerato, que es “EL
LAZARILLO DE TORMES” y andando, digo corriendo, digo leyendo entre sus
capítulos, en el segundo tratado, si, en el del clérigo, el pobre Lázaro, nos
cuenta como se alegra y desea que su “dueño” el clérigo, tenga “trabajo” de
visitar a personas que fallecen, ya que allí, aprovecha de las ofrendas que en
esas casas y situaciones se dejan para alimentarse a las visitas, especialmente
los religiosos…
Una pena… ¡que pobre Lázaro!... ¡que
triste esa España tan pobre, tan mísera del Renacimiento!... ¡Que mal nos cae
ese clérigo que trata a Lázaro de forma tan tacaña y miserable!
¡Que suerte vivir ahora en estos tiempos
donde nadie te escasea ni te araña tus derechos, tus honorarios, tus salarios,
tus horarios, tus deudas, tus hipotecas!...
¡Qué suerte tenemos de vivir en esta
época tan humana y tan caritativa!
¡Que suerte que ningún banco, ningún
país, ninguna multinacional se aprovecha de las malísimas condiciones de otros
desfavorecidos!...
¡Que suerte vivir entre los justos y
humanos bondadosos del siglo XXI y de la Europa rica y opulenta!
Os pongo una cita…
Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui
enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien
y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y
cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extremaunción, como
manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la
oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le
echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le
llevase de aqueste mundo.
Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo perdone!, que mil
veces le daba al diablo; y el que se moría, otras tantas bendiciones llevaba de
mí dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que serían casi seis
meses, solas veinte personas fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo, o,
por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque, viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte,
pienso que holgaba de matarlos por darme a mí vida. Mas de lo que al presente
padecía, remedio no hallaba; que, si el día que enterrábamos yo vivía, los días
que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi
cotidiana hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo
en la muerte, que yo también para mí, como para los otros deseaba algunas
veces; mas no la veía, aunque estaba siempre en mí.
Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas por dos cosas
lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la
flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: «Yo he
tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, topé con
este otro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si de éste desisto y
doy en otro más bajo, ¿qué será, sino fenecer?». Con esto no me osaba menear,
porque tenía por fe que todos los grados habían de hallar más ruines. Y a
abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.
Perdonar la ironía…
Me gustaría que pudiéramos decir a los
jóvenes que “deben estudiar” este texto… que las leyes, la ética y las
costumbres actuales han evolucionado…. Como ocurre con el castellano… y ahora
nadie puede explotar a otro… ni de broma…
Escrito por: Javier Morera
No hay comentarios:
Publicar un comentario