Al alba del 7 de
diciembre de 1941, el cielo amaneció brillante sobre Pearl Harbor. Pocas horas
después, densas fumarolas lo oscurecieron por completo, y también el mar, el
sol, y hasta las palmeras quedaron anegadas por ellas.
Los que se habían acostado entre ilusiones de
futuro y melodías hawaianas, se levantaron con el estruendo de torpedos y
explosiones. El humo empezó a elevarse, negro y espeso como la sombra de un
gigante. Yamamoto, comandante de la flota japonesa, dice en esas magníficas
películas de guerra tras el ataque japonés a la Flota del Pacífico: “Me temo
que lo único que hemos hecho es despertar a un gigante dormido”. El gigante era
la guerra, y despertó en Pearl Harbor. Su sombra se empezaba a proyectar de
manera portentosa sobre el cielo, negra… muy negra.
¡Cuántas ideas e
ilusiones, cuantos amores, amistades e inquietudes… cuántas vidas se esfumaron
entre aquellas columnas de humo! Toda la alegría que iluminaba los cielos y
playas de Hawai, se transformó en el terror y la amargura que ennegreció los
mismos cielos y las mismas aguas… todas las emociones ardían y se consumían… se
hacían humo. ¡No nos engañemos! En Pearl Harbor no se hundieron barcos, no
seamos tan materialistas… los barcos no son nada, ¡hierro, cables, chatarra…
dinero! No, en Pearl naufragó la esperanza de millones de personas que creían
en la paz, por que en aquellos años en que aún vivía en la memoria el drama de
la Gran Guerra, la gente confiaba en la paz para siempre… ¡no habían muerto en
vano todos aquellos valientes en las trincheras de Francia, sus padres y
amigos, hacía solo veinte años!…
El 7 de diciembre de 1941 aquella esperanza se
perdió, se volatizó, se hizo humo… un humo tan negro que ni los pilotos
japoneses podían ya acertar a distinguir sus objetivos desde los rápidos Zero. Eso fue Paerl Harbor, el fin de la
utopía. La razón había estado dormida… las bombas podían haberla despertado
para alertar del peligro, pero el humo la cegó. Porque mientras existan
imperios, existirá una guerra, y siempre volverá la guerra. Los que no volverán
son los casi 2000 marineros que permanecen en el interior del USS Arizona.
Volvieron a reflotar casi todos los barcos, pero aquellos valientes que
marcharon a Europa y murieron en las playas de Normandía, esos no volverán a
levantarse.
Muchos, recuerdan
aquel 7 de diciembre como una fecha infame, pero lo realmente infame fueron
aquellos anuncios patrioteros que, cebándose en la desesperanza que ocasionó el
ataque, alentaron a un pueblo a luchar. Lo realmente infame es que, mientras un
puñado de capitalistas y militares creaban guerras para aumentar su poder,
echasen mano de los románticos para que las hicieran por ellos… para eso nos
quieren, en eso nos emplean, así morimos.
¡Ah, no!, espera,
es verdad: que los japoneses, de acuerdo a su expansión imperialista, atacaron
al corazón de Estados Unidos, y había que defender la democracia y la libertad,
es verdad… perdón, es que olvidaba que, dentro del proceso de expansión imperialista
de los EEUU, Hawai había pasado a formar parte del territorio nacional en 1898,
¡qué despiste memorístico!
Escrito por: Eloy Morera
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