Hace unas semanas, Herman Hesse con su libro Siddharta nos llevó a
“escuchar” el gran río de la vida…
También Miguel de Unamuno con sus “Paisajes del Alma” nos acercó a la
metáfora de la naturaleza y la vida…
La semana última, Federico García Lorca nos hizo correr en el caballo
que raptaba a la novia entre sombras, viñas y lunas…
Este jueves volvemos con Miguel Delibes… con uno de sus primeros libros…
volvemos al Camino…
“El valle...
Aquel valle significaba mucho para Daniel, el Mochuelo. Bien mirado,
significaba todo para él. En el valle había nacido y, en once años, jamás
franqueó la cadena de altas montañas que lo circuían. Ni experimentó la
necesidad de hacerlo siquiera.
A veces,
Daniel, el Mochuelo, pensaba que su padre, y el cura, y el maestro, tenían
razón, que su valle era como una gran olla independiente, absolutamente aislada
del exterior. Y, sin embargo, no era así; el valle tenía su cordón umbilical,
un doble cordón umbilical, mejor dicho, que le vitalizaba al mismo tiempo que
le maleaba: la vía férrea y la carretera. Ambas vías atravesaban el valle de
sur a norte, provenían de la parda y reseca llanura de Castilla y buscaban la
llanura azul del mar. Constituían, pues, el enlace de dos inmensos mundos
contrapuestos.”
Un gran libro para recordar las vidas de mediados del siglo XX en la
España rural y profunda…
También es un gran libro para pensar…
“A Daniel,
el Mochuelo, le dolía esta despedida como nunca sospechara. Él no tenía la
culpa de ser un sentimental. Ni de que el valle estuviera ligado a él de
aquella manera absorbente y dolorosa. No le interesaba el progreso. El
progreso, en verdad, no le importaba un ardite. Y, en cambio, le importaban los
trenes diminutos en la distancia y los caseríos blancos y los prados y los
maizales parcelados; y la Poza del Inglés, y la gruesa y enloquecida corriente
del Chorro; y el corro de bolos; y los tañidos de las campanas parroquiales; y
el gato de la Guindilla; y el agrio olor de las encellas sucias; y la formación
pausada y solemne y plástica de una boñiga; y el rincón melancólico y salvaje
donde su amigo Germán, el Tiñoso, dormía el sueño eterno; y el chillido
reiterado y monótono de los sapos bajo las piedras en las noches húmedas; y las
pecas de la Uca—uca y los movimientos lentos de su madre en los quehaceres
domésticos; y la entrega confiada y dócil de los pececillos del río; y tantas y
tantas otras cosas del valle. Sin embargo, todo había de dejarlo por el
progreso. Él no tenía aún autonomía ni capacidad de decisión. El poder de
decisión le llega al hombre cuando ya no le hace falta para nada; cuando ni un
solo día puede dejar de guiar un carro o picar piedra si no quiere quedarse sin
comer. ¿Para qué valía, entonces, la capacidad de decisión de un hombre, si
puede saberse? La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a
uno, sobra todo poder de decisión. En cambio, él todavía estaba en condiciones
de decidir, pero como solamente tenía once años, era su padre quien decidía por
él. ¿Por qué, Señor, por qué el mundo se organizaba tan rematadamente mal?”
Por algo se llama El Camino… es un libro para recordar como nos hemos
metido en “caminos”… o nos ha metido la vida…
Y, para los que aun creen en la libertad… es un buen libro para intentar
decidir… EL CAMINO…
Escrito por Javier Morera Betés
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