Cada 11
de septiembre se cumple el aniversario de varias catástrofes, la primera de
ella fue el suicidio de Allende en manos de la atroz dictadura, la segunda de
estas fue el derrumbe de las torres gemelas, el ataque al primer mundo de los
hermanos pobres del tercero. Probablemente muchos de nosotros recordaremos
donde estábamos en aquel momento: unos nos encontraríamos viendo el telediario,
cuando conectaron en directo en aquella primera torre humeante, otros nos
enteraríamos horas más tarde en casa, cuando llegábamos del trabajo y se nos
cambiaba el rictus de la cara. Incluso algunos en el autobús cuando el
noticiero de la radio narraba la desesperación de la gente tirándose al vacío
desde las ventanas rotas y los hierros quemados.
Han
pasado 14 años y durante esta época hemos aprendido términos como Al Qaeda o
talibán, también perdido libertades en los países que se autoproclamaban de las
libertades.
En
Londres tuvieron su 11-S y nosotros en Madrid lo sufrimos en un invernal marzo.
La maquinaria de guerra se activó; trío de las Azores, armas de destrucción
masiva y falsas argumentaciones para justificar lo que la ciudadanía se oponía
masiva y públicamente. Se bombardeó y acribilló Afganistán, se derrocaron
dictadores que años antes nos regalaban caballos de purasangre, sin olvidar que
nosotros hace décadas los habíamos colocado, apoyado y ayudado.
Puede
que ahora todo sea un recuerdo lejano, que nuestro Afganistán haya virado a
Siria y el talibán se haya transformado en un insurgente del Isis, que nos conmovamos
con el ahogado Aylan como leyendo la triste historia del joven Sohrab, sin
darnos cuenta que cada semana 6 niños sirios acaban ahogados en sus mismas
circunstancias arrastrados por las olas del mar, que las violaciones y
orfandades en Afganistán han sido y siguen siendo actos de lo cotidiano.
Recientemente
el fantasma del 11-S atacó en París y de nuevo toda la opinión pública se
movilizó y solidarizó, se ondearon banderas y estandartes, la marsellesa se oyó
de Occidente a Oriente. Pero de nuevo una década y media después repetimos los
mismos fallos. A las horas siguientes, con el calor aún de los muertos, los
motores de los cazas franceses abrían sus tripas y veinte bombas caían quemando
el suelo y la población Siria. Algunos medios dijeron que 1000, otros que 2000
muertos por la ofensiva francesa. Pero que más da... Cada francés, inglés,
americano o español tenía su nombre y apellidos. Nunca valió lo mismo una vida
en la zona rica que en la pobre del mundo. Se instalarán concertinas más
afiladas, se elevarán la altura de las alambradas, aunque el hambre o la guerra
siempre les dará unas manos más fuertes para treparlas. El problema es Siria,
el Isis, pero no nos habían contado que los terroristas de París eran nacidos
en la propia patria francesa, criados y educados en nuestras costumbres y
marginados por nuestra pobreza.
Gandhi
una vez dijo ojo por ojo el mundo quedará ciego. Y no podemos ser tan tontos de
pensar que el terrorismo se combate con más bombas, porque ya sabemos que no
funciona. ¿Por qué no nos preguntamos que el problema de los atentados solo
radica en Europa y en Norteamérica? Porque por ejemplo en Latinoamérica no lo
hacen. Porque podemos ser tan hipócritas de venderles armas mientras nos
atacan, que culpa tendrán Hassan, Alí y Sohrab, algunos de los protagonistas de
nuestro libro, personas que con otros nombres en la vida real sufren nuestra
codicia por el petróleo y el gas. Los militares, la inteligencia, los
gobernantes siempre tan preparados... ¿No se han leído nunca el libro del arte
de la guerra que hace muchos meses tratamos nosotros? Los románticos...
Parece
que al final seamos nosotros, los románticos, los únicos realistas en este
mundo, los que por nuestras causas y personas lo haríamos mil veces...
Escrito
por: Chema
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