El 2 de noviembre de 1937, nueve
aviones italianos Savoia S-79 bombardearon la población de Lérida, en la
retaguardia republicana del Frente de Aragón. Agustí Centelles, “el Robert Capa
español”, estuvo allí.
Entre las muchas instantáneas
que inmortalizó aquella fatídica jornada con su Leica III, una de ellas
transcendió su condición de fotonoticia: la de la mujer que, de rodillas junto
al cadáver de su marido, extiende los brazos en un gesto involuntario con el
que expresar el dolor que no puede hacer ya su voz, ahogada en el llanto
silencioso de la tragedia súbita, inexplicable e injusta.
Esa mujer, como el
hombre yaciente delante suyo –vivo apenas unos momentos antes-, tienen un
nombre, una historia y un contexto particulares que otorgan sentido y
causalidad a la imagen: ambos eran vecinos de Lérida, y encontrándose él en la
calle en el momento del ataque aéreo –como tantas personas aquel día, al no
sonar previamente las sirenas antiaéreas-, son víctimas civiles de una acción
militar concreta.
Sin embargo,
Centelles, con la habitual naturalidad y espontaneidad que le permite su cámara, crea mucho más que una imagen
documental: además de informar, busca sensibilizar, captar emociones, dotar de
humanidad la imagen… lo hace centrando el interés en la fuerza trágica que crea
el contraste de las dos figuras principales. En primer plano, el hombre, muerto
pero vestido de blanco, con los brazos extendidos y el pecho abierto. Detrás,
reclinada sobre él, la mujer, de negro, en el momento crítico de su arrebato.
Frente al patetismo de él, la rabia desatada de ella, cuyo vaivén sobre el
muerto queda latente y casi se percibe. Él, de claro, aparece como la muerte
pura e injusta: su inocencia queda manifiesta. Ella, de negro, es el luto: es
obvio que con su marido, ha muerto parte de ella… Juntos, constituyen una Pietas, una Piedad.
Centelles, en
definitiva, capta un momento concreto de tal forma que lo convierte en un
paradigma del drama de la guerra. Es la otra cara del conflicto: Capa, con su Muerte de un miliciano, crea el símbolo
de la lucha trágica pero valiente del pueblo en el frente. Centelles, en esta
imagen, muestra el escenario del otro escenario de la Guerra de España, el de
la retaguardia: la muerte también, pero desprovista del sentido mítico que
dignifica a los milicianos en el combate. Aquí es el dolor, el sufrimiento de
quien, a pesar de todos los pesares y carencias, no recibirá reconocimiento,
medallas, ni honores. Y lo absurdo de tanto dolor obliga a la reflexión sobre
la naturaleza del ser humano.
Un símbolo,
¿Cuántos miles de momentos semejantes se repitieron, aquí y allá a lo largo de
España, en los campos y ciudades, durante los primeros meses de la guerra?
¿Cuántas mujeres clamaron en llanto ante los cuerpos sin vida de sus maridos,
hijos y familiares?
Centelles, sin
retratar grandes personajes o hechos, ejércitos, armas o escuadras aéreas, crea
un símbolo de la Guerra de España que, por cierto, estuvo perdido durante casi
cuarenta años dentro de una maleta, en una casa de campo en Carcasona, como ya todos
sabéis…
Ramón J. Sender,
al igual que Centelles, hace algo parecido, pero con la pluma. En su Réquiem por un campesino español tampoco
aparecen batallas, personajes conocidos, ni grandes hechos o fechas históricos,
pero edifica todo un símbolo sobre la misma guerra.
Esta tarde, algunos
hablaremos de ello… ¡qué aburridos somos! Con el calor que hace y lo bien que
se estará en la terraza, con la sombrilla, la música, la cerveza y la pantalla
¡igual hasta hay partido!
Escrito por: Eloy Morera
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