Este jueves hablaremos de
un libro casi tan curioso como su autor y protagonista… “Mi Familia y Otros
Animales” de Gerald Durrell.
Asistimos en esta obra a un
claro ejemplo de cómo unas pocas personas, la familia Durrell, no demasiado
especiales, se entregan a ser ellos… a vivir y fabricar su propio mundo… No están
muy pendientes de modas ni de medios de influencia masiva… viven según sus
pequeñas decisiones y sus gustos…
En el caso de nuestro joven
Gerald, nos encontramos con un niño que vive ensimismado en la naturaleza que
le rodea…enamorado de los animales que comparten su mundo… No le son necesarios
ni la T.V. ni los móviles, ni el ordenador… no asiste a estupendas escuelas ni
es seguidor de atrayentes ídolos deportivos… observa a los escarabajos, captura
escorpiones… nada con delfines… vive… aprende a vivir… piensa y deduce,
investiga, experimenta… aprende como es la naturaleza… todo a partir de su gran
motivación por “comprender” esa curiosa circunstancia que para otros muchos
“muertos de aburrimiento” es lo que ocurre alrededor… LA VIDA.
Veamos, una cita del
capitulo “Media Fanega de Sabiduría”… como estudia desde su interés…
“Las matemáticas no eran de nuestras asignaturas más logradas.
Mayores progresos hacíamos en geografía, porque George sabía darle a la lección
un tinte más zoológico. Dibujábamos mapas gigantescos, veteados de montañas, y
después íbamos señalando los diversos puntos de interés, junto con dibujos de
la fauna más llamativa que allí se diera. Así, para mí las producciones básicas
de Ceilán eran el té y los tapires; de la India los tigres y el arroz; de
Australia los canguros y las ovejas, mientras que las azules curvas con que
trazábamos las corrientes oceánicas eran portadoras de ballenas, albatros,
pingüinos y morsas no menos que de huracanes, vientos alisios, tiempo bueno y
malo. Nuestros mapas eran obras de arte. Los principales volcanes escupían
tales chispas y llamaradas que se llegaba a temer que prendieran los
continentes de papel, las cordilleras de todo el mundo estaban tan azules y
blancas de hielo y nieve que sólo de mirarlas le daban a uno escalofríos.
Nuestros desiertos marrones y achicharrados se erizaban de pirámides y gibas de
camello, y nuestras selvas tropicales eran tan lujuriantes y tupidas que sólo a
duras penas podían atravesarlas los encorvados jaguares, las sinuosas
serpientes y los hoscos gorilas, mientras en sus linderos nativos demacrados
talaban de mala gana los pintados árboles, sin otro motivo aparente que el de
escribir sobre ellos «café» o quizá «cereales» con temblorosas mayúsculas.
Nuestros ríos eran anchos, y azules como el miosotis, moteados de canoas y
cocodrilos. Nuestros océanos nunca estaban vacíos, hirviendo de vida allí donde
no espumaban en remolino de furiosas galernas o se alzaban en estremecedora ola
gigante presta a desplomarse sobre cualquier isla remota cargada de cocoteros.
Ballenas bondadosas permitían que innavegables galeones, armados de un bosque
de arpones, las persiguieran sin cuartel; pulpos blandos y de aspecto inocente
estrechaban tiernamente entre sus brazos los barquitos; en pos de los juncos
chinos, de ictérica tripulación, nadaban bancos de tiburones bien dentados, y
esquimales forrados de pieles perseguían a obesos rebaños de morsas por los
campos de hielo densamente poblados de osos polares y pingüinos. Eran mapas vivientes, mapas en los que se
podía estudiar, embobarse mirándolos y añadir cosas; mapas, en fin, que
realmente querían decir algo.”
Durrell, de mayor, llego a
ser uno de los naturalistas mas famosos que nos ha dado Europa… todos le hemos
visto en fotos, en libros, en revistas…
Y lo que es principal…
llego a ser… sabio… Y FELIZ.
Escrito por: Javier Morera
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