martes, 23 de febrero de 2016

"La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos".


A. Machado leyendo su poesía «El crimen fue en Granada», en la plaza Castelar de Valencia, el 11-12-1936.

Hoy 22 de febrero, hace 77 años, murió Machado. Murió con la República. O la República murió con él.
Un mes antes de su muerte, el poeta había abandonado las tierras de España junto a casi medio millón de españoles. Allí quedó su única maleta de viaje, con sus escritos y enseres, en la cuneta embarrada de un camino fronterizo. Allí quedó su esperanza.

Un mes después de su muerte, terminaba la guerra con la entrada de las tropas franquistas en las calles de Madrid. A su paso, los madrileños se agolpaban a ambos lados de las fuerzas vencedoras para saludarles a la romana.  Así se resolvía la larga defensa de la capital, de la cual hablaremos esta semana de la mano del periodista y escritor sevillano Manuel Chaves Nogales.

Durante los cerca de mil días que duró la Guerra de España, que son los últimos mil días de la vida de Antonio Machado, nuestro amigo estuvo desde el primer momento con la causa de la República. Durante todo ese tiempo, su compromiso con la República fue manifiesto.
Quizá los días más difíciles fueron los del otoño de 1936, en aquellas duras jornadas en las que la constante amenaza franquista se cernía sobre un Madrid que parecía sentenciado. Los generales de Franco se acercaban a la capital en un avance que más tenía de paseo triunfal que de conquista militar, y el gobierno de Largo Caballero discutía el mejor momento para abandonar la ciudad. Parecía que la única preocupación del presidente fuese el evitar socavar la moral de los milicianos que se preparaban para frenar a las columnas moras y legionarias desde las puertas de sus casas.

Fue entonces cuando hubo que tomar partido. No valen las medias tintas cuando estalla la guerra, porque el parlamentarismo y la palabra ya han fracasado y el único objetivo es ahora ganar las batallas. En la guerra ya no sirven los convencionalismos morales ni los imperativos de la ley. Es la hora de las armas. La democracia ha perdido su oportunidad y ha llegado el turno a la “dialéctica de las pistolas”. La encrucijada fue difícil para muchos intelectuales incapaces de aceptar la violencia y la muerte. Pero la triste realidad, como dice nuestro amigo Chaves Nogales en ese brillante pasaje, era que “en aquel ambiente de la Ciudad Universitaria, la guerra civil era ostensiblemente el símbolo elocuente del fracaso de nuestra cultura y nuestra civilización”.

¿Y cómo reaccionaron los civilizados, los intelectuales?
Machado tomó partido por la República y se resistió a abandonar Madrid, que era abandonar a cuantos se disponían a defenderla y que era, por tanto, abandonar a la República. La República no son sus ministros, sino el común de la gente que cree en ella y se siente representada por ella.
Machado lo entendió; no así todos.  El 29 de octubre, después de dejar a su esposa e hijas en Zamora -donde veraneaba-, y pasarse valientemente al lado republicano en la Sierra de Guadarrama, Ramón J. Sender estuvo al mando de una columna miliciana en la batalla de Seseña, la que fue la primera contraofensiva republicana al avance franquista. Su talante libertario y la celebridad de sus publicaciones le valieron tal responsabilidad. Además, ya había combatido junto a los milicianos en la Sierra al norte de Madrid. Sin embargo, y una vez fracasado el ataque, Sender se retiró a Madrid y dejó a Lister y sus hombres aislados ante los franquistas. Este sería el inicio de los muchos recelos entre ambos personajes. Sender abandonaría España poco después.

Unos días antes, el 12 de octubre, Miguel de Unamuno se enfrentaba verbalmente al sanguinario Millán-Astray en la Universidad de Salamanca, completamente desilusionado ante unos militares en los que había visto inicialmente la garantía del orden social, y que ahora comprendía que en verdad eran solo un atajo de fascistas y extranjeros movidos por el ansia de extirpar todo vestigio izquierdista, liberal y democrático –intelectual, incluso-, de la nación. Don Miguel era demasiado intelectual para asumir la realidad de aquellos días: la batalla ya no se libraba en el campo de la palabra, y aquél acto suyo de pureza y valentía era, en verdad, símbolo de una realidad que lo superaba. Unamuno murió, excluido y abatido, dos meses después. 

Unamuno tomó partido quizá demasiado tarde; Sender demasiado rápido.
Y ahí tenemos a Machado. Él fue uno de los pocos intelectuales que reaccionó con firme resolución, que supo actuar de forma coherente a sus capacidades, y uno de los pocos que mantuvo la decencia aquel otoño de 1936.
El 7 de noviembre, el segundo día de la batalla de Madrid, mientras Miguel Hernandez se exponía a las balas enemigas para cargar con un herido que clamaba auxilio en medio de una desbandada durante la retirada de Boadilla del Monte, en la sierra; mientras Rafael Alberti y Maria Teresa León, abrazados en su dormitorio, aguardaban el final inminente con una pistola en la mano –“Nos defenderemos cuando llegue a nosotros el turno. Tres balas para ellos, las dos restantes, para nosotros”-; mientras esto acontecía en aquel Madrid trágico y fascinante, digo, Machado escribe un poema que hace llegar al General Miaja, quien tiene la difícil misión de defender Madrid:

Tu nombre, capitán, es para escrito
En la hoja de una espada
Que brille al sol, para rezarlo a solas,
En la oración de un alma,
Sin más palabras,
Como se escribe César o se reza España.

Y escribe otro para Madrid:

¡Madrid!, ¡Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
Rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
Tú sonríes con plomo en las entrañas.

Dicen que no fue ese día en el que Machado hizo sus mejores versos, pero aquél mismo día, el 7 de noviembre de 1936, empezaba la leyenda del General Miaja, y también la leyenda del pueblo de Madrid. Y Madrid resistió.
La República debe mucho a Machado, porque supo tomar partido, encontrar su lugar en tiempos de guerra, cuando se acelera la historia, la acción suplanta a la intención, y los radicalismos ganan terreno a toda moderación. No todos supieron.
Cuando Machado marchó finalmente a la frontera, la República se fue con él.


Entierro de Antonio Machado. Milicianos de la Segunda Brigada de Caballería «Andalucía» transportando a hombros el féretro, cubierto con una bandera republicana, hacia el cementerio.


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