A.
Machado leyendo su poesía «El crimen fue en Granada», en la plaza Castelar de Valencia,
el 11-12-1936.
Hoy 22 de febrero,
hace 77 años, murió Machado. Murió con la República. O la República murió con
él.
Un mes antes de su
muerte, el poeta había abandonado las tierras de España junto a casi medio
millón de españoles. Allí quedó su única maleta de viaje, con sus escritos y
enseres, en la cuneta embarrada de un camino fronterizo. Allí quedó su
esperanza.
Un mes después de su
muerte, terminaba la guerra con la entrada de las tropas franquistas en las
calles de Madrid. A su paso, los madrileños se agolpaban a ambos lados de las
fuerzas vencedoras para saludarles a la romana. Así se resolvía la larga defensa de la capital,
de la cual hablaremos esta semana de la mano del periodista y escritor
sevillano Manuel Chaves Nogales.
Durante los cerca de
mil días que duró la Guerra de España, que son los últimos mil días de la vida
de Antonio Machado, nuestro amigo estuvo desde el primer momento con la causa
de la República. Durante todo ese tiempo, su compromiso con la República fue manifiesto.
Quizá los días más
difíciles fueron los del otoño de 1936, en aquellas duras jornadas en las que
la constante amenaza franquista se cernía sobre un Madrid que parecía
sentenciado. Los generales de Franco se acercaban a la capital en un avance que
más tenía de paseo triunfal que de conquista militar, y el gobierno de Largo
Caballero discutía el mejor momento para abandonar la ciudad. Parecía que la
única preocupación del presidente fuese el evitar socavar la moral de los
milicianos que se preparaban para frenar a las columnas moras y legionarias
desde las puertas de sus casas.
Fue entonces cuando
hubo que tomar partido. No valen las medias tintas cuando estalla la guerra,
porque el parlamentarismo y la palabra ya han fracasado y el único objetivo es
ahora ganar las batallas. En la guerra ya no sirven los convencionalismos morales
ni los imperativos de la ley. Es la hora de las armas. La democracia ha perdido
su oportunidad y ha llegado el turno a la “dialéctica de las pistolas”. La
encrucijada fue difícil para muchos intelectuales incapaces de aceptar la
violencia y la muerte. Pero la triste realidad, como dice nuestro amigo Chaves
Nogales en ese brillante pasaje, era que “en aquel ambiente de la Ciudad
Universitaria, la guerra civil era ostensiblemente el símbolo elocuente del
fracaso de nuestra cultura y nuestra civilización”.
¿Y cómo reaccionaron
los civilizados, los intelectuales?
Machado tomó partido
por la República y se resistió a abandonar Madrid, que era abandonar a cuantos
se disponían a defenderla y que era, por tanto, abandonar a la República. La
República no son sus ministros, sino el común de la gente que cree en ella y se
siente representada por ella.
Machado lo entendió;
no así todos. El 29 de octubre, después
de dejar a su esposa e hijas en Zamora -donde veraneaba-, y pasarse
valientemente al lado republicano en la Sierra de Guadarrama, Ramón J. Sender estuvo
al mando de una columna miliciana en la batalla de Seseña, la que fue la
primera contraofensiva republicana al avance franquista. Su talante libertario
y la celebridad de sus publicaciones le valieron tal responsabilidad. Además,
ya había combatido junto a los milicianos en la Sierra al norte de Madrid. Sin
embargo, y una vez fracasado el ataque, Sender se retiró a Madrid y dejó a
Lister y sus hombres aislados ante los franquistas. Este sería el inicio de los
muchos recelos entre ambos personajes. Sender abandonaría España poco después.
Unos días antes, el
12 de octubre, Miguel de Unamuno se enfrentaba verbalmente al sanguinario
Millán-Astray en la Universidad de Salamanca, completamente desilusionado ante
unos militares en los que había visto inicialmente la garantía del orden
social, y que ahora comprendía que en verdad eran solo un atajo de fascistas y
extranjeros movidos por el ansia de extirpar todo vestigio izquierdista,
liberal y democrático –intelectual, incluso-, de la nación. Don Miguel era
demasiado intelectual para asumir la realidad de aquellos días: la batalla ya
no se libraba en el campo de la palabra, y aquél acto suyo de pureza y valentía
era, en verdad, símbolo de una realidad que lo superaba. Unamuno murió, excluido
y abatido, dos meses después.
Unamuno tomó partido
quizá demasiado tarde; Sender demasiado rápido.
Y ahí tenemos a
Machado. Él fue uno de los pocos intelectuales que reaccionó con firme
resolución, que supo actuar de forma coherente a sus capacidades, y uno de los
pocos que mantuvo la decencia aquel otoño de 1936.
El 7 de noviembre, el
segundo día de la batalla de Madrid, mientras Miguel Hernandez se exponía a las
balas enemigas para cargar con un herido que clamaba auxilio en medio de una desbandada
durante la retirada de Boadilla del Monte, en la sierra; mientras Rafael
Alberti y Maria Teresa León, abrazados en su dormitorio, aguardaban el final
inminente con una pistola en la mano –“Nos defenderemos cuando llegue a
nosotros el turno. Tres balas para ellos, las dos restantes, para nosotros”-;
mientras esto acontecía en aquel Madrid trágico y fascinante, digo, Machado
escribe un poema que hace llegar al General Miaja, quien tiene la difícil
misión de defender Madrid:
Tu nombre, capitán, es para escrito
En la hoja de una espada
Que brille al sol, para rezarlo a solas,
En la oración de un alma,
Sin más palabras,
Como se escribe César o se reza España.
Y escribe otro para
Madrid:
¡Madrid!, ¡Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
Rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
Tú sonríes con plomo en las entrañas.
Dicen que no fue ese
día en el que Machado hizo sus mejores versos, pero aquél mismo día, el 7 de
noviembre de 1936, empezaba la leyenda del General Miaja, y también la leyenda
del pueblo de Madrid. Y Madrid resistió.
La República debe
mucho a Machado, porque supo tomar partido, encontrar su lugar en tiempos de
guerra, cuando se acelera la historia, la acción suplanta a la intención, y los
radicalismos ganan terreno a toda moderación. No todos supieron.
Cuando Machado marchó
finalmente a la frontera, la República se fue con él.
Entierro
de Antonio Machado. Milicianos de la Segunda Brigada de Caballería «Andalucía»
transportando a hombros el féretro, cubierto con una bandera republicana, hacia
el cementerio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario